Algo más que un engorde de la cifra de procesos electorales que los españoles llevan a sus espaldas. Los comicios del próximo 5 de abril en Euskadi y Galicia son, sin duda, algo más. Serán unas elecciones relevantes para el futuro de estos territorios, pero también para el devenir de España, de sus políticos y de su política. En común tienen Iñigo Urkullu y Alberto Núñez Feijóo que pretenden seguir sacando pecho, se verá si lo consiguen, de que sus territorios son los últimos reductos donde la extrema derecha no logra campar a sus anchas (los sondeos auguran que Catalunya no correrá, casi con seguridad, esa suerte).

Ambos además son conservadores moderados con un concepto de patria absoluta y radicalmente opuesto que intentan huir de lo que, según sus entornos, consideran "excesos": en el caso de Urkullu, de los postulados independentistas con tintes de izquierda de Bildu o de la dependencia de los planteamientos antagónicos de Podemos, sin cuya ayuda, todo hay que decirlo, no hubiera podido sacar adelante el lendakari sus últimos presupuestos. El PNV busca seguir marcando los ritmos del discurso nacionalista en Euskadi, sin interferencias catalanas, y continuar influyendo en la Moncloa al precio convenido.

En lo que concierne al presidente de la Xunta, el "muro" que busca levantar con este adelanto electoral es para frenar a una izquierda que, con un PSdeG espoleado por la presidencia de Pedro Sánchez y un BNG que algo remonta, puedan amenazar su mayoría absoluta. Pero hay más. El resultado del dirigente gallego se aguarda con ansiedad en las filas de su partido, el PP, donde muy pocos se atreven a descartar definitivamente que algún día quiera dar el salto a Madrid, pese a que no hace tanto pudo y no lo hizo. Para eso, claro, tendría que reeditar otra gran mayoría y marcar el camino a un sucesor.

Tensión de Casado

Feijóo no comenta ese asunto, pero es consciente de que algunos de sus compañeros de organización (se lo hacen saber) apenas hablan de otro tema cada vez que huelen a crisis interna en el PP. Por una cosa o por otra. Él calla. ¿Otorga?. Toca esperar para comprobarlo. Ahora afrontará una cita inminente con las urnas en Galicia y, aunque se decidiera en algún momento a retar a Pablo Casado por el liderazgo nacional, habría de aguardar a un congreso de partido que a priori llegará en el 2022, salvo sorpresas o imprevisibles cambios de guion.

Mientras tanto, el dirigente gallego, con su decisión de acompasar sus comicios a los de Euskadi, una vez más, marca el territorio. Trata de evitar que la izquierda tome más cuerpo en Galicia ayudada por los próximos Presupuestos Generales del Estado, si es que logran salir adelante. Además, coloca su "muro" también ante Casado y su equipo, con los que ha sido crítico. Especialmente cuando han decidido abrirle camino a Vox sin pensar demasiado en las consecuencias a medio plazo.

Ese mismo, el equipo de confianza de Casado, es el que ha aceptado sentarse a negociar con Ciudadanos, en sus horas más bajas, una posible triple alianza electoral en Catalunya, Euskadi y el territorio gallego. Feijóo, estupefacto con la jugada, se ha cerrado en redondo. Lejos de ver el 'abrazo del oso' que la cúpula popular cree estar dando a unos moribundos naranjas, intuye con veterano olfato que más que un abrazo se les está regalando un trampolín. Una bombona de oxígeno. Un pedacito de una potencial victoria que no está dispuesto a compartir. El barón con mayor ascendencia del PP lo ha dejado tan claro que no hay quien se atreva a toserle en el partido de la gaviota, por más que Inés Arrimadas pida y exija que se le meta en cintura.

Núñez Feijóo, que ya hace años logró un resultado providencial para su organización cuando Mariano Rajoy estaba, como líder de la oposición, buscando su norte, vuelve a verse en otra similar. Solo que si en esta ocasión arrasa, su ahora presidente, Casado, tendrá tantos motivos para alegrarse como para ver peligrar su autoridad y su fuerza para diseñar el futuro de la derecha, del que no parece querer excluir a los ultras. Si por el contrario el presidente de los gallegos pierde su apuesta electoral a manos de la izquierda, para el PP será un palo más. Para él, el definitivo, que podría marcarle el camino de salida.

Prisiones, ¿en puertas?

Urkullu, por su parte, también se la juega. Moviendo el calendario pretende ganar una estabilidad que no tiene: se trata de cortar el paso a Bildu ahora que han llegado turbulencias electorales desde Catalunya y cuando, según sus cálculos, es aún posible que los debates y mítines giren en torno a Euskadi y no al de los vecinos catalanes. El PNV, incapaz ya de sacar en la Cámara vasca un buen puñado de proyectos por falta de apoyos suficientes, y una crisis importante encima por el derrumbe de un vertedero en Zaldibar (Vizcaya), se prepara para recibir un poco de aire con las competencias que el presidente Pedro Sánchez le ha prometido: Prisiones puede estar en el paquete.