"Mamá tiene que estar ahí para ayudar a los demás y ver que todo está bien". Así es como Laura, magistrada de Alcoy (Alicante), intenta que su hija de cinco años comprenda que debe salir hacia el juzgado para continuar con su guardia. "Tenemos que estar para garantizar los derechos de todos. Es básico".

Laura Cristina Morell es magistrada del juzgado de primera instancia e instrucción número 4 del municipio alicantino y también decana del partido judicial, lo que le obliga a estar "siempre" conectada, sobre todo ahora que, reconoce, "llega mucha información" sobre cómo actuar durante el estado de alarma.

Un momento en el que, subraya a la Agencia Efe esta valenciana de 35 años, los jueces tienen que estar más que nunca. "Vamos a estar ahí para garantizar que a nadie se le atropellen sus derechos. Los ciudadanos tienen que saberlo".

Laura quiere dejar este aspecto claro aun asumiendo que siguen faltando medios de protección en los juzgados, que, admite, "son un foco de transmisión", pero consciente de que hay otros que pueden necesitarlo más, y agradecida también a todos sus compañeros del sector que, recalca, están dando el callo estos días.

"He pedido gafas, guantes, bolis desechables... De guantes y bolis vamos bien, pero con las mascarillas ha habido que priorizar y el alcohol está bajo mínimos", explica a Efe Laura, que pertenece a la Asociación Profesional de la Magistratura, mayoritaria en el sector.

En su función como decana, Laura también ha acordado cerrar los ascensores en los juzgados porque no permiten mantener la distancia de seguridad: "No quiero que la gente entre".

La primera semana de estado de alarma en España coincidió con la guardia de Laura que, reconoce, ha sido "tranquila" debido al bajón en los delitos contra el patrimonio (robo, hurto...) aunque, desgraciadamente, se ha notado un aumento en la expedición de licencias de enterramiento, lo que ha obligado al Ministerio a ordenar que los registros civiles abran mañana y tarde.

También se ha hecho cargo del Registro y del juzgado de violencia de género, donde la semana pasada percibió que se mantuvieron los casos, al igual que los de violencia doméstica, aunque quizá con un ligero descenso. Pese a ello, tuvo que dictar una orden de protección a una víctima.

No ha faltado tampoco algún ejemplo de esa "minoría" que se ha saltado el mantra del "quédate en casa", ni llamadas para saber cómo afecta la nueva situación al régimen de visitas de menores.

Laura, que reconoce que, a diferencia de otras profesiones, la suya le permite teletrabajar fuera de las guardias, destaca que ha detectado algo inusual en los juzgados: el silencio. "La gente está muy callada y a veces un poco tensa. Tienen familiares de riesgo, es comprensible".

En el terreno personal, admite que el coronavirus, como a millones de españoles, ha cambiado sus costumbres: "Ya no llevo anillos; son muy difíciles de limpiar. Dejo los zapatos fuera de casa y echo la ropa a lavar nada más llegar". Un día de la semana pasada, recuerda, su hija mayor, de cinco años, le preguntó por qué tenía que ir a trabajar "si estaba todo cerrado". "Porque mamá es juez y tiene que estar ahí para ayudar a los demás", le contestó. "Es la única forma que tengo de decírselo", cuenta.

Preocupada, como todos, por el impacto del virus y por casos como el de la residencia de ancianos de Alcoy, Laura quiere remarcar que "la Justicia también es humana".

"Soy una persona normal y corriente, que sale a aplaudir a las 8 de la tarde y que te encuentras en el supermercado con mascarilla. Tengo hijos pequeños, madre, padre, un abuelo de 91 años... Mi toga no es de terciopelo, que además da mucho calor", bromea, consciente quizá de que a veces los ciudadanos los sienten alejados de la realidad.