Las redes sociales se inundan de panegíricos en memoria de Julio Anguita, una de las personas que defendió la única izquierda posible, a saber: republicana, comunista y anticapitalista. Como buen maestro, fue un magnífico orador, contundente, nada políticamente correcto y portentosamente claro en su ideología. Un minucioso balance en el itinerario intelectual y profesional del maestro Anguita nos permite constatar un hecho insólito: imposible reprocharle alguna majadería, incongruencia o desvarío en los principios morales y políticos defendidos. Habituados a la política carroñera tan propiciada por la derecha, estandarte del pensamiento gaseoso, muy en sintonía con esa moral puritana, pacata y perversa que la define, la ejemplaridad pública de Anguita deviene un síntoma de esperanza en la clase política. No hay otro Anguita ni una Izquierda Unida tan magníficamente representada como en su persona; siempre quedará el legado intelectual a modo de hoja de ruta para un mundo tan mísero y desorientado como el nuestro.

La hipocresía de la ciudadanía, o buena parte de ésta, se manifiesta con tanta loa y vítores a Julio Anguita. El mejor reconocimiento hubiera sido darle los votos en las urnas electorales. La izquierda de Anguita es demasiada izquierda. Si atacar a una inútil monarquía se recibe como un rugido demoníaco, imagínense a alguien que encarnó perfectamente el comunismo en la década de los ochenta. Fue un califa rojo, metáfora de una ideología estigmatizada por las alianzas del Capital, esas mismas que siguen cuestionando la renta básica universal, ancladas en sus privilegios y defensoras de la privatización, la burguesía y el neoliberalismo. Ya se sabe que la propiedad privada une mucho a estas violentas clases privilegiadas, recelosas de distribuir la riqueza y democratizar los derechos básicos universales entre todas las personas. Sigo pensando que la lucha de clases es fundamental en la conquista de un mundo verdaderamente humano, sin opresores y en el que la agenda de nuestras vidas no esté marcada por los grandes empresarios. La propuesta política de Julio Anguita era muy sencilla de entender. Con todo, la ciudadanía, ayer y hoy, sigue anclada en clichés conservadores porque la mayor dificultad con que uno se encuentra es la de romper las limitaciones mentales de su diminuto e insignificante universo. Mucha palmadita en la espalda, desde luego. Poca voluntad de poder para transmutar valores y convertir el delirio existencial en dignidad humana.

Julio Anguita fue un intelectual. No es habitual encontrarlos entre los dirigentes políticos. En la izquierda algunos pocos. En la derecha jamás se ha visto un ápice de vida inteligente pero sí montañas de mezquindad. La gente lo sabe. La cobardía y la pereza, la anti-Ilustración en definitiva, dificultan el liderazgo de personas sabias, comprometidas y capaces de dignificar el sistema. Así que se magnifican las migajas políticas, abunda el zote y se menosprecia la altura humana. Anguita no encajaba, ni ayer ni hoy, entre un pueblo sin luces, aferrado al Capital como un clavo ardiendo y en el que la ignorancia cotidiana, la pasmosa vulgaridad existencial, impide confiar en discursos revolucionarios como el de este gran maestro antisistema. Anguita fue, es y será la izquierda. Sin más.