Aunque estoy en las antípodas ideológicas de Julio Anguita siempre me ha parecido un hombre honesto, íntegro y coherente con sus ideales republicanos y comunistas que defendió hasta su último aliento.

Cuando abandonó la política renunció a la asignación económica que le correspondía por su condición de diputado y volvió a su puesto de maestro de Historia en un instituto de Córdoba. Solo esto ya le honra, visto el dispendio de algunos políticos.

Siempre predicó con el ejemplo.

No comulgaba con el régimen del 78, pero aceptó sus reglas para tratar de cambiarlas desde el consenso.

He seguido muchos de sus debates en televisión y jamás le he visto insultar al adversario político.

Era una persona a la que daba gusto escuchar, porque lo explicaba todo de una manera serena y pausada, con conocimiento, como buen maestro que era, que casi te convencía, si no fuera por todo lo que ha significado el comunismo allí donde se ha instaurado, casi nunca por métodos democráticos.

Como coordinador general de IU llevó al partido a la mejor representación electoral de su historia con 21 diputados. Luego vino la debacle con Francisco Frutos y Gaspar Llamazares.

He visto una fotografía suya de hace unos años durante una carrera de galgos a la que asistió, mostrando su apoyo a la caza y a esta práctica cinegética tan arraigada en Andalucía y en el mundo rural como son las carreras de galgos.

Su famoso "programa, programa, programa" reivindicaba una manera de hacer política basada en acuerdos programáticos, reflejados en el programa electoral, muy alejada de lo que estamos viendo en la actualidad, donde la clase política se enzarza en debates puériles, buscando el rédito electoral a cualquier precio y no el bien común.