Dos años han pasado de la llegada de Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno, tras la moción de censura que sacó de La Moncloa a Mariano Rajoy. Dos años que han dibujado, en tan poco tiempo, una España muy distinta.

Un país que se rige aún por los mismos presupuestos de entonces pero que ha vivido dos elecciones generales y tiene el primer Gobierno de coalición de la democracia y el Parlamento más fragmentado y polarizado que se recuerda.

Y un país que afronta en este momento algo inimaginable dos años antes, la grave crisis provocada por la pandemia del coronavirus, que lo ha trastocado todo y ha acentuado aún más la distancia entre derecha e izquierda.

"Suerte a todos ustedes por el bien de España". Con estas palabras se despedía Mariano Rajoy el 1 de junio de 2018 de un Congreso que acababa de echarlo de La Moncloa al apoyar la moción de Sánchez, presentada tras la histórica sentencia del caso Gürtel.

En aquel momento, la situación económica era buena, pero la política estaba muy tocada por los casos de corrupción y, sobre todo, por la crisis en Cataluña, sin visos de resolverse y con los líderes independentistas en prisión o huidos de la justicia.

Regeneración democrática, estabilidad presupuestaria y convivencia territorial. Eso prometió Sánchez en aquella moción que prosperó gracias a los votos de Podemos -que siempre ha hecho también suya esa victoria- y de los partidos nacionalistas.

Incluido el PNV, que decantó la votación en el último momento, muy pocos días después de haber sido la llave para otra muy distinta, los últimos presupuestos del Estado del Gobierno de Rajoy, que siguen vigentes.

Sánchez incumplió su promesa de convocar elecciones cuanto antes si llegaba a La Moncloa y su Gobierno echó a andar con intención de funcionar el máximo tiempo posible, recurriendo a la geometría variable para ir sacando sus iniciativas en el Congreso, aunque se apoyaba sobre todo en los socios de la moción de censura.

Pero fueron también algunos de esos socios, en concreto los independentistas catalanes, los que abocaron a las elecciones cuando rechazaron los presupuestos de 2019 después de que el Gobierno no accediera a sus pretensiones sobre el derecho de autodeterminación.

De nada le sirvió haber iniciado el diálogo con la Generalitat o prometer una mesa no exenta de polémica -sobre todo por la figura del mediador que pedía el independentismo-.

Promesas que sobre todo envalentonaron a la derecha, que también ha cambiado mucho en estos dos años.

Porque tras la marcha de Mariano Rajoy, Pablo Casado era elegido presidente en primarias y traía consigo un nuevo PP que se ha tornado más a la derecha.

Y porque más a la derecha está Vox, que irrumpió con fuerza primero en las elecciones andaluzas y después en las dos generales, hasta colocarse como tercera fuerza política que sigue aspirando al sorpasso de los populares.

Por el camino, mientras, se ha quedado Albert Rivera, que tuvo que dejar el liderazgo de Ciudadanos tras fallar su estrategia de escorarse a la derecha. Su sucesora, Inés Arrimadas, está defendiendo un proyecto más centrista.

Las elecciones de abril de 2019 dieron la victoria a los socialistas pero Sánchez, que quería seguir gobernando en solitario, no logró la investidura por la falta de acuerdo con Podemos, que reclamaba un Gobierno de coalición con presencia de peso de la formación morada.

Siete meses después los españoles volvían a las urnas y tras un resultado igualmente complicado de gestionar Sánchez llegaba en dos días a un pacto con Pablo Iglesias para el primer gobierno de coalición de la democracia, que se conformó hace tan solo cinco meses.

La coalición prometía estabilidad y un programa claro para los próximos cuatro años, pero a los dos meses de instalarse se topó con el coronavirus.

La pandemia, que hasta el momento se ha llevado la vida de más de 27.000 personas, lo ha cambiado todo. La recesión es ya una realidad y mucho mayor que la de 2008, por lo que Sánchez y sus ministros afrontan ahora la gestión más complicada que podían imaginar.

Y el clima político, y la cada vez mayor crispación, no ayudan en absoluto.

Porque si al principio casi todos prometieron estar del lado del Gobierno, no tardaron en llegar los desencuentros por los problemas de suministro, las desavenencias con las comunidades autónomas, o las duras críticas por el modo en que se ha gestionado primero el confinamiento y la desescalada o por mantener el estado de alarma.

La crispación y la batalla ideológica que cada día protagonizan derecha e izquierda se ha elevado a tal punto que copa la información política, muchas veces por encima de las medidas que toma el Gobierno o las propuestas que hace la oposición.

Ni siquiera se ha logrado rebajar el tono en la Comisión de Reconstrucción, el órgano del Congreso en el que todos los partidos deberían consensuar las medidas a tomar para los próximos años.

Y a esa complicación hay que añadir otra. Que el Gobierno de coalición no tiene los votos suficientes y necesita seguir negociando todos y cada uno de los asuntos que tiene que sacar adelante.

Eso le ha llevado a seguir aplicando la geometría variable y a buscar socios hace poco imposibles de predecir, como ocurrió cuando negoció con Ciudadanos su apoyo para prorrogar la alarma en dos ocasiones, una alianza muy mal vista por sus socios de investidura. El Gobierno aprobará la próxima prórroga gracias a la abstención de ERC y el apoyo del PNV.

La coalición insiste en que quiere cumplir su programa de Gobierno, pero la gestión de la crisis tiene que ir primero.

Y aunque ha sacado adelante su promesa estrella de la legislatura, el ingreso mínimo vital (cuya autoría se arrogan por igual socialistas y Podemos), llega en un contexto de extrema necesidad para miles de españoles.

En definitiva, dos años después de llegar a La Moncloa, Pedro Sánchez y su Gobierno encaran la legislatura más complicada posible, con un país por reconstruir, un clima político cada vez más complicado y la mayoría de aquella moción de censura resentida.