El latido de Madrid se siente en las horas punta, cuando se cruza en los intercambiadores de transporte la gente que entra y sale de la ciudad. Es un latido que era constante antes de la calamidad del coronavirus, y que desde esta jornada de miércoles está al borde de la arritmia, pues los viajeros no sabían, ni saben aún, si se les interrumpe de nuevo el trajín.

Suspense. Madrid se acostumbra a la falta de certezas, a no saber si van a confinar todos sus barrios o solo una parte. "Es igual, el confinamiento será para no salir a tomar algo, pero no para no trabajar. La gente seguirá pasando por aquí", apuesta el más veterano de los guardas de Segurisa en la estación de cercanías de Nuevos Ministerios. "¿Sabes qué te digo? Como cierren Madrid van a joder a las provincias de al lado", añade.

Cada día, en hora punta, de veinte en veinte minutos ve este guarda llegar un tren de Guadalajara, con parte del contingente de asalariados que a diario entra y sale en la ciudad desde Castilla-La Mancha. "¿Erte nosotros? Qué va: este mes me hago 200 horas", relata.Sin noticias del virus

Cuando las emisoras de radio daban las señales horarias de las ocho de la tarde, en la fila de taxis que esperan clientes a las puertas de El Corte Inglés de Nuevos Ministerios se detenían las tertulias de taxistas para escuchar si les confinan o no a la clientela, y cuánto.

Y se diría, pese a no disponer este diario de cata demoscópica que lo constate, que en esa fila llena de autónomos se apoya el desafío numantino de la presidenta Isabel Díaz Ayuso. "¿Salud o economía? Economía, porque sin economía no hay salud", filosofaba un chófer veterano, de los que tienen la licencia pagada. Y respondía Javier García, contertulio más joven, y también más dubitativo pese a que le falta licencia por pagar: "No estoy yo tan seguro. La salud es la salud".

La gente de esa cola de taxistas gana un 70 por ciento menos al mes de lo que solía antes de la pandemia. Lo aseveraba Javier y uno de sus colegas, que había salido a estirar las piernas. Antes, a la puerta de estos grandes almacenes se esperaban 20 minutos; "ahora, hasta hora y pico", se quejaba.

Javier G., taxista, espera junto a sus compañeros en la cola de Nuevos Ministerios. | Foto: José Luis Roca

Las noticias de las ocho no han aclarado mucho: que el Gobierno de España dará una orden. En las de las nueve, el consejero de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero, asegura que esa orden no se cumplirá por falta de validez. Incertidumbre en el intercambiador, y en la cola de taxistas.

La hilera de Nuevos Ministerios, llena de taxis hasta más allá de donde el consistorio pone límites, suple a la multitudinaria de la T4, que ha dejado de nutrirse de coches blancos. "Es que no vienen suficientes aviones. Ya te digo: economía", explica el veterano. "Nosotros al menos tenemos familia y, si hay que pedir ayuda para pagar el coche, se pide -dice Javier-. Pero los compañeros rumanos y latinos no tienen red. Como confinen otra vez, esa gente se hunde".Una orden que incumplir

El latido de Madrid estuvo largo tiempo en la Puerta del Sol y las calles que la unen con la Gran Vía, pero eso fue cuando había limpiabotas y pensiones. Ahora en la Puerta del Sol hay estatuas humanas y pisos de alquiler turístico. Allí tiene su despacho, ciertamente, la presidenta, pero el latido de la inquietud, las presiones empresariales y los nervios de Madrid, a los efectos de esta crónica está a la sombra de las cuatro torres que, cuando se pone el sol, apunta hacia los Nuevos Ministerios. Por toda esa Castellana abajo, financiera y oficinista, con muchos menos atascos de lo habitual, han corrido en la tarde de este miércoles los nervios de una ciudad perpleja, que no se termina de creer la rebeldía en la que la han instalado.

Un semáforo de Nuevos Ministerios (Madrid) este miércoleS, en una Castellana menos atascada de lo habitual. | Foto: José Luis Roca

La gran conurbación de Madrid, 6,6 millones de vecinos, se acostó el martes creyendo que había acuerdo entre el gobierno autonómico y el ministro Salvador Illa, y comió este miércoles en los bares de menú con la noticia de que la presidenta daba por inexistente el acuerdo con España. No pasa nada: en muchos locales hay carteles de "reapertura en septiembre", y septiembre se ha acabado sin que vuelvan a abrir. Últimamente lo que se anuncia oficialmente no tiene por qué cumplirse.

Atónito, desde su despacho en la Asamblea de Madrid ha seguido los acontecimientos José Manuel Freire, experto en Salud Pública, profesor de la materia en la Escuela Naciona de Sanidad y diputado del Grupo Socialista. Freire fue uno de los fundadores de la Osakidetza, la sanidad vasca, en los 80. Y ni en los tiempos de mayor crispación política en aquella comunidad vio lo que ve hoy. "En el País Vasco no hay este nivel de frivolidad, muy al contrario", dice.

Hay rebeldía en la fachada, pero no tanto en el interior de los despachos: fuentes no oficiales de la Policía Municipal confirman que ya han tenido reuniones para ver cómo se organizan los controles de tráfico y viandantes, en combinación con la Policía Nacional, cuando sea menester cumplir la orden del Estado.Normas líquidas

A la sombra de las cuatro torres y en la estación de Cercanías de Nuevo Ministerios, de vuelta a sus casas se cruzan con la misma inquietud las tres clases mayoritarias de la ciudad: los funcionarios, los oficinistas de las grandes empresas y los trabajadores que limpian sus mesas, vigilan sus puertas o sirven sus cafés.

En el bar Anel, más de las dos primeras clases que de la segunda, entra un portero ecuatoriano del barrio a tomarse el café y, al observar a los parroquianos con mascarilla, se coloca la suya y le dice al camarero venezolano: "Dame el bisturí, que voy a operar". Nadie ríe la gracia, porque en Madrid las bromas con las mascarillas ya están pasadas y no están las tardes últimamente para chascarrillos.

La camarera Renata ya tiene asumida la posibilidad de que le caiga encima otro erte. | Foto: José Luis Roca

Al final de la jornada, un par de kilómetros Castellana arriba, en el kiosco Salchichen (sic, Salchichen, de verdad) la camarera brasileña Renata despacha perritos calientes y refrescos sin disimular su preocupación. Deplora la resistencia del gobierno autonómico. Tiene ya asumido que, "si confinan y no viene la gente, otro erte".

Renata es una de las madrileñas en estado de máxima confusión, y no solo por su trabajo. Sigue un curso de nutricionista en la academia leridana Ilerna, que tienen campus en Madrid, y le ha llegado notificación de sus profesores: debe acudir este fin de semana a clases presenciales cerca de la plaza de toros de Las Ventas.

Renata tiene miedo al virus, y le fastidia la obligación: "¿Es que en Madrid se tiene que ir a clase con tantos contagios?", pregunta. Ya no se fía mucho de esta ciudad, en la que las normas se han vuelto líquidas, y busca soluciones fuera: "He escrito a la Generalitat, a ver si ellos pueden convencerles de que las clases sean online. La academia es catalana ¿no?...".