Sacado del contexto en que se ha producido, Pablo Casado ha pronunciado en el Congreso un discurso notable, de gran altura parlamentaria, posiblemente el mejor de todos desde que era un modesto diputado por Ávila. Si en un escenario distópico nos olvidáramos de que el Partido Popular gobierna con Vox en Andalucía, Murcia, Madrid y decenas de ayuntamientos, estaríamos ante un líder de la derecha adelantado a su época, centrado y centrista, sensato, prudente, intolerante con sus extremos, sin ataduras con el pasado rancio y acartonado de la dictadura y digno de la confianza del electorado propio e, incluso del ajeno, confiado éste último en que el día que en España dejen de gobernar los propios tendrían en la Presidencia del Gobierno a un hombre de Estado dispuesto a rotular en rojo cualquier devaneo con la nueva camada de la ultraderecha.

Sin embargo, una cosa es disertar un discurso creíble y bien armado desde la tribuna de oradores del Congreso y otra bien distinta llevarlo a la práctica, porque en caso de esto último, esta misma semana debería anunciar Casado su ruptura con la ultraderecha en todas las instituciones, perder la Junta de Andalucía, el Gobierno de Murcia o la Asamblea de Madrid. "Hasta aquí hemos llegado", le ha espetado Pablo Casado a Santiago Abascal, un aserto meridiano que no significa otra cosa que la ruptura, pero que el jefe de filas de los populares tendrá muy difícil llevar a la práctica salvo que esté dispuesto a incendiar las baronías del partido allí donde esgrimen la vara de mando.

"Es usted -inquirió Casado a Abascal - parte del problema de España y no parte de la solución". Ha tardado dos años en darse cuenta, y eso es lo que impregna de desconfianza el categórico discurso con que el presidente del Partido Popular ha tratado de no salir achicharrado de la trampa laberíntica en que le ha metido Vox con la (desde el inicio) fallida moción de censura. Tan difíciles de dar traslado al mundo real han sonado las palabras de Casado que el propio líder ultra las ha puesto en duda. En mitad de la algarada con que se jaleaba desde los tendidos del PP la alocución de su jefe de filas, Abascal ha llegado a comparar esos aplausos con la música que interpretaba la orquesta del Titanic antes de hundirse. Efectivamente, Vox es el iceberg contra el que conscientemente ha venido chocando una y otra vez el Partido Popular. En definitiva, cuesta creer que un político con aspiraciones de presidente entre en el Congreso apoyando a la ultraderecha y salga al día siguiente con el traje de la UCD. Casado puede dar las gracias por el discurso paternalista con que replicaron Pablo Iglesias y Pedro Sánchez en un indisimulado gesto de desprecio, pero el indudable esfuerzo del líder popular por marcar distancias con Vox ha hecho que el PP pase de ser la derechita cobarde a convertirse en la derecha traidora de quienes siguen siendo sus socios en varias autonomías, lo que agranda enormemente el laberinto diabólico en que la ultraderecha ha lanzado a una formación de Estado de la que se espera la alternancia en el Gobierno. Si para algo ha servido el debate de la moción de censura es para confirmar en qué punto del mapa político está situado Vox: en el mismo que ya conocíamos y sobra recordarlo. Lo que ahora no sabemos es dónde está ubicado el Partido Popular.