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Xenofobia

"Me dispararon con pistolas de balines y tuve que esconderme en el monte"

Migrantes acogidos en un colegio de Las Palmas denuncian el acoso que sufren | Este sábado se produjo una protesta a sus puertas y cuatro jóvenes del centro fueron agredidos

Migrantes en el Colegio León de Las Palmas. J. C. Castro

Medhi tiene miedo a salir del colegio León, en Las Palmas de Gran Canaria. Hace unos días un grupo de jóvenes, que habían llegado en coches, se bajaron y lo persiguieron disparándole con pistolas de balines cuando el joven, de 25 años, menudo y delgado, regresaba al antiguo centro escolar donde se hospedan 390 migrantes de origen marroquí. Medhi huyó corriendo asustado a los montes que rodean el colegio y al trepar se rompió la rama donde se agarró y cayó rodando unos metros. Tiene la pierna llena de arañazos. El temor pudo más que el dolor del golpe y decidió esconderse entre unos matorrales a esperar a que los agresores se fueran. Luego volvió al colegio atemorizado.

Desde hace una semana se han incrementado los brotes xenófofobos a los usuarios de este colegio, llegados en pateras y cayucos en busca de un futuro mejor, a los que asisten 35 trabajadores de la Fundación Cruz Blanca. Este mismo sábado se produjo una protesta a partir de las siete de la tarde en las puertas del centro y tuvo que ir la Policía, explican responsables del colegio León. Les tiraron piedras desde la montaña y algunos trabajadores sufrieron ataques de ansiedad. Además, cuatro chicos que residen en este centro fueron agredidos en La Laja.

"Esta situación se está desbordando", expone la coordinadora territorial en Gran Canaria de la Fundación Cruz Blanca, Lucía Molo, quien asegura que las agresiones y los insultos son constantes.

"Moro mierda" o "vete para tu tierra" son algunos de los muchos que oyen los migrantes, aunque, por suerte, la mayoría no los entiendan porque no hablan español pero sí comprenden que los están increpando. Los esperan cuando regresan después de dar una vuelta por los barrios circundantes al colegio, que se encuentra rodeado de montañas en donde hay viviendas. Sobre las seis a siete de la tarde, por la carretera de acceso al centro, se suelen producir estas agresiones.

Desde una loma les lanzan piedras directamente al colegio, y coches y motos se paran en las cercanías y los señalan, afirma Lucía Molo y Jairo Pérez, uno de los coordinadores del centro.

Ambos temen por la integridad de los migrantes y de los propios trabajadores del colegio. Aparte de las agresiones directas, algunos de los usuarios han recibido pedradas, que día sí día no llegan desde exterior, señalan, por no decir la preocupación que tienen por los disparos con escopetas de balines. Cruz Blanca esta interponiendo denuncias en Comisaría por todos estos hechos.

Los responsables del centro quieren aclarar que no culpabilizan al vecindario , aunque haya algunos vecinos que son persistentes en su acoso, como una señora que se pone todas las tardes a proferir insultos contra los migrantes desde su ventana con un megáfono. Esta situación se ha agudizado en los últimos días por los mensajes xenófobos que se están publicando en redes sociales, a causa de incidentes aislados protagonizados por migrantes que han ocurrido en otros barrios y zonas de la isla, y que han provocado un raudal de amenazas contra estas personas a través de grupos de Facebook y WhatsApp.

A la protesta de este sábado en el colegio León se sumaron otras dos manifestaciones, una en el sur de la isla y otra en Las Palmas, denunciando la gestión migratoria realizada por las autoridades estatal y regional y exigiendo más seguridad y control en la llegada de migrantes.

Lucía Molo y Jairo Pérez reconocen que es normal que los vecinos se puedan sentir inseguros ante la llegada a su barrio de tantos inmigrantes, pero, en este caso, indican que no tienen motivo porque no ha habido incidentes a causa de estas personas que solo quieren salir cuanto antes de este espacio y esperan impacientes a que se atenúe el Covid para que los aeropuertos recuperen la normalidad y puedan volar a otros destinos. La gran mayoría tiene familiares en la Península y en otros países de Europa y quiere seguir su proyecto migratorio y no vivir en un centro de acogida, pues, aunque estén bien, el tiempo pasa despacio y ven escapar las oportunidades de trabajar en otros lugares.

Pocos alborotos

Los responsables del centro admiten que hay un grupo muy reducido de personas, entre los 390 migrantes, que son los que causan algún alboroto, porque llegan ebrios al colegio cuando ya ha cerrado sus puertas a las nueve de la noche y nos los dejan entrar. Entonces gritan para que les permitan el acceso y eso ha causado quejas vecinales. Como la de Carmen, que vive justo enfrente y su madre tienen demencia. Se acuesta pronto y al escuchar voces se despierta y ya no hay quien la duerma, expone. En cualquier caso, precisa que no ha tenido problemas con los jóvenes que están en el colegio León y, aclara que ella no es racista y no comparte los gritos xenófobos de la vecina del megáfono. Otros se quejan de que algunos migrantes se han sobrepasado verbalmente con las mujeres. Pero de ahí a que se produzcan agresiones hay un mundo.

La Fundación Cruz Blanca ha decidido visualizar lo que está sucediendo porque estas fricciones pueden ir a más. "Estas personas están experimentando una compleja situación, ante un futuro incierto, con temor a una deportación inminente y ahora se suma el recelo a poner un pie en la calle y sufrir una agresión", indica la organización. Una gran mayoría de los hombres lleva sin salir del centro desde el pasado 22 de enero, siguiendo las recomendaciones de Policía Nacional y personal técnico de la Fundación. La situación está afectando en gran medida a la salud mental de todos ellos, ya de por si afectada por el síndrome del estrés postraumático que supone el viaje en patera. Por ello, "es necesario zanjar estos discursos que demonizan a las personas migrantes y abogar por su humanización", recalca Cruz Blanca.

Ante ello, el Ministerio de Migraciones decidió abrir las puertas de este recinto para que se conozca cómo viven los migrantes y la labor que se hace con ellos de integración.

Convivencia

Lucía Molo explica que, salvo esas pocas personas que ya tienen controladas, la convivencia es pacífica, teniendo en cuenta que son 390 migrantes. Habitan en carpas que llaman 'haimas', con 24 personas en cada una de ellas, y en lo que antes eran las aulas escolares de este edificio. Una de las carpas se usa como comedor. Se levantan a las 7:30 horas, desayunan, limpian sus recipientes, habitaciones, hacen su colada, comen sobre la una en turnos, repiten los hábitos de higiene y cenan en torno a las ocho. El centro cierra sus puertas a las nueve. Los residentes pueden entrar y salir a su voluntad.

Por las tardes reciben clases de español, hacen actividades deportivas y, sobre todo, se muestran siempre dispuestos a ayudar, explica Lucía Molo. Están limpiando un huerto que estaba lleno de maleza y cuando se rompe algo del centro son ellos lo que quieren arreglarlo porque hay personas con de todo tipo de profesiones, comenta Jairo Pérez.

Medhi es barbero y está bien en el centro pero quiere trabajar y ganarse su sustento. Su vida no ha sido fácil para que ahora sufra agresiones por el hecho de ser migrante. Por poco muere en el mar durante su travesía a Canarias en una patera en la que viajaban 35 personas, trece de las cuales perecieron al volcar la embarcación, narra. Él no recuerda nada, porque estuvo inconsciente flotando en el mar varios días, asegura, hasta que un helicóptero lo rescató. Despertó en el hospital, donde estuvo ingresado quince días. Ocurrió a mediados de noviembre.

Mohamed, de 22 años, es natural de El Kelaa des Sraghnam, una ciudad de Marruecos. Habla español porque lo aprendió a través de cursos online. Estudiaba económicas en la universidad pero su familia, que se dedica a la agricultura, no tenía recursos, y decidió embarcarse. Tiene un tío en Granada y su objetivo es llegar allí para poder seguir con sus estudios. Antes estaba bien en el colegio León pero "hace unos días hay una escala de racismo y xenofobia, por la presión de grupos organizados que amenazan a las personas de aquí", expone con claridad.

Con su cara de niño subraya con vehemencia que no son criminales "para sufrir este maltrato" y admite que tiene miedo a salir del recinto. Quiere reunirse con su tío en Granada y, como todos ellos, espera que le dejen marcharse de la Isla cuando pasen las restricciones del Covid. Muchos tienen pasaporte y aunque tengan una orden de devolución por entrar ilegalmente en el país, hasta que no se resuelva pueden moverse libremente por el territorio nacional.

Mohamed espera poder quedarse en España por reagrupación familiar. Se fue de Marruecos porque, aunque allí se puede estudiar, es difícil encontrar trabajo salvo para "los que son hijos de los que están en el gobierno", afirma. Teme que lo deporten a su país porque "no tratan bien a las personas que se han ido en pateras". Solo pide una oportunidad para formarse y poder trabajar.

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