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Madrid o la explosión del odio sin tregua

La campaña electoral del 4M ha acrecentado una polarización entre bloques que ha roto gran parte de las reglas del juego político existentes

Pablo Iglesias y Rocío Monasterio, en un momento del debate de la Cadena Ser EFE

Una cuerda tensada al límite. Los comicios madrileños han alcanzado un grado de crispación máximo en el que las amenazas en forma de balas o cartas a altos cargos han culminado un discurso cultivado desde el inicio por el enfrentamiento agresivo.

Encontrar en el ecosistema político español una polarización galopante no resulta ya un elemento novedoso. Ni siquiera sorpresivo cuando las armas se afilan hacia una nueva cita electoral en el que el enfrentamiento entre fuerzas cobra especial protagonismo. Algo, sin embargo, ha cambiado. En la simbólica Madrid se ha alcanzado un escalón de crispación que parece haber roto las reglas del juego. La campaña -con aroma a comicios nacionales- del 4 de mayo no ha sido una más. Un discurso del odio más avivado, con las amenazas directas a cargos públicos como cumbre, se ha instalado como su eje principal. Pero, ¿cómo se ha llegado a esta tesitura?

Para Anna Isabel López, doctora en Ciencia Política, el factor básico que se encuentra en Madrid a diferencia de otras regiones es que «el adversario que tiene Vox a su lado es muy parecido a él, lo que ha obligado a los actores de la derecha a polarizarse más». Y en este escenario, la presidenta Isabel Díaz Ayuso ha encontrado su aceptación no solo entre los votantes del PP, sino también entre los de Santiago Abascal, que incluso la valoran mejor que a su propia candidata, Rocío Monasterio. Alejada de los planteamientos más moderados de Génova y convertida durante meses -como destaca el politólogo Pablo Simón- «en el principal puntal del PP en la oposición contra Pedro Sánchez», la lideresa ha consolidado sus apoyos y apunta a una victoria rotunda el 4M con una estrategia medida al milímetro.

«Ella [Ayuso] marcó una polarización aprovechando el momento en el que estamos: crisis económica, una pandemia, etcétera y su discurso ha pivotado sobre este eje de campaña», remarca López en referencia al lema que ha acompañado a la dirigente, «comunismo o libertad», una síntesis de extremos con Podemos de principal ‘enemigo’ que en paralelo ha llevado a escorarse aún más a la derecha a Vox. En ese contexto se entiende, por ejemplo, que el partido de extrema derecha organizara un mitin en un bastión del ‘cinturón rojo’ madrileño, Vallecas, que acabó en enfrentamientos entre la policía y los vecinos del barrio tras el rechazo a los mensajes ultras. O sus postulados, faltos de condenatoria, ante las amenazas con cartas y balas sufridas entre otros por el candidato electoral de los morados, Pablo Iglesias, quien por su parte no ha dejado de azotar a populares y ultraderechistas marcando perfil contrario a ambas formaciones.

«El lenguaje que utiliza la izquierda no hace daño ni desmoviliza al votante de Vox. Lo crispa más», señala López

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El peligro de las misivas

No obstante, el envío de estos cartuchos a representantes públicos no se puede entender como un elemento de un sistema democrático. «No es espontáneo. Es un clima de crispación en el que la cuerda se está tensando mucho», remarca Anna Isabel López. «[Estas amenazas] no son una cosa privativa solo de este discurso del odio pero desde luego está contribuyendo [a una mayor polarización]», añade por su parte Simón, quien percibe que la situación actual muestra como en la sociedad se está viviendo una polarización afectiva, es decir, un aprecio creciente por aquellos que piensan igual en contraposición a un rechazo mayor ya no solo a formaciones contrarias, sino también a los electores de éstas. «Se está creando un clima que desgraciadamente comenzó en el Congreso, pero cuando eso se extiende fuera pues a saber qué puede pasar», avisa sobre esta situación el diputado de Compromís en la Cámara baja, Joan Baldoví. «Es legítimo que [los partidos] confrontemos. Lo que no es legítimo es que se esté creando un ambiente que traspasado a la calle puede tener efectos perniciosos», añade el dirigente valenciano, que esta semana desvelaba que recibe también mensajes más virulentos que los que recibía con anterioridad.

En este entorno, elementos como el polémico -y falso- cartel de Vox sobre los menores extranjeros no acompañados ha conseguido, como enfatiza Simón, no solo marcar parte del debate, sino también «la reacción de los contrarios», aumentando con ello más el choque de los bloques. «Utilizando este tipo de propaganda van a captar ese voto más radical de los electores», destaca en esta tesitura López, quien también alerta del peligro que suponen en este clima polarizado «esas noticias basadas en mentiras que se difunden en redes sociales, especialmente a través del móvil y dirigidas sobre todo a los jóvenes». «Les seducen mucho», defiende la experta.

«No es legítimo que se esté creando un ambiente que traspasado a la calle puede tener efectos perniciosos», apunta Baldoví

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Mirada hacia el futuro

Pero en un eje de campaña totalmente polarizado como el madrileño, utilizar la confrontación a la ultraderecha con un discurso mirando más a los recuerdos del pasado y no al presente puede acabar siendo también un error. «El lenguaje que utiliza la izquierda no hace daño ni desmoviliza al votante de Vox. Incluso lo que hace es movilizarlo y crisparlo mucho más», puntualiza Anna Isabel López, quien apunta a que en una situación en la que Vox no deja de crecer, si se busca frenarlo se debe «analizar las estrategias» que están utilizando otros países «e intentar aplicarlas».

Francia o Alemania, ante un discurso de odio con parecidos en su extrema derecha, han abogado por el cordón sanitario, una medida que Pablo Simón no ve que de momento se vaya a aplicar en España por dos factores: por un lado, por la necesidad de Vox como actor para que el bloque de la derecha pueda imponerse a la izquierda y por otro que, sin el apoyo ultra, la formación que tendría que impulsar ese aislamiento -el PP- debería hoy renunciar a buena parte de sus Gobiernos autonómicos, apoyados desde fuera por los de Abascal.

«El PP ni siquiera se ha planteado esa opción», enfatiza el politólogo ante una realidad en la que el resultado de los comicios madrileños puede tener efectos sustanciosos. «Si el discurso le acaba funcionando a Ayuso y a Vox, ¿por qué lo van a cambiar?», cuestiona Baldoví, quien no obstante cree que reducir la crispación vigente «es una faena de todos», especialmente de los populares que tienen ahora «una responsabilidad para que las cosas vayan de una forma o de otra». El futuro está en juego.

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