Ayuso es Trump, y en Madrid no hay un Biden. La presidenta un poco popular ha derrotado por incomparecencia a Gabilondo, el no candidato que en solo dos años ha sufrido un vuelco de cuarenta diputados. De haberse agotado la legislatura en la Asamblea, el socialismo hubiera desaparecido de la capital. El más votado en 2019 es tan endeble que todos los partidos a los que ha superado quedan en ridículo. El PSOE decidió abstenerse, y le han respondido con la misma papeleta.

Ayuso desinfla a Pedro Sánchez, que ha perdido la vitola de conquistador por su autosuficiencia. De hecho, la reconquista del PP disfrazado de Vox empieza por Madrid. ¿Hubiera obtenido Pablo Casado un mejor resultado que su teórica subordinada, en las autonómicas de ayer? Ni el presidente estatal del partido lo hubiera hecho mejor. Los populares afrontan pues el dilema de un doble liderazgo, un conflicto que hoy desearía padecer el PSOE demediado.

¿Hubiera obtenido la izquierda un mejor resultado sin Pablo Iglesias en liza? Sin ninguna duda. No solo ha movilizado a sus adversarios, porque todos los defensas querían partirle las piernas a Maradona, sino que ha logrado indignar a sus partidarios con la misma intensidad. Contemplar al exvicepresidente del Gobierno en los mitines de Segunda B equivalía a a ver a Cruyff jugando con los Washington Diplomats. Obsesionado con su mortalidad recién descubierta, se ha enterrado en vivo y en directo, una inmolación que habrá sido celebrada con champán sin alcohol en Abu Dabi. En su perfecta aclimatación a la categoría, Iglesias ha acabado compitiendo en provincianismo con los restantes candidatos.

Si la desaparición de Ciudadanos sirve para que la prensa madrileña deje de tratar a Arrimadas como si tuviera 200 diputados en el Congreso en lugar de diez, bienvenida sea. En Madrid presentaba a un candidato tan inteligente que presumía, a cada mitin, de que su primer gesto en la noche electoral sería llamar a Ayuso. Es decir, le regalaba a sus votantes, y ni siquiera está claro que la presidenta se rebaje a cogerle el teléfono.

Más llamativa resulta la sobrevaloración de Vox. El partido genuinamente madrileño ocupa la cuarta plaza en la Asamblea (136). La misma que en el Parlament (135) catalán, donde cuenta con once diputados no demasiado alejados de la marca de ayer. Sin embargo, el estrepitoso fracaso de Rocío Monasterio no impide la sensación de que Vox ha obtenido la mayoría absoluta, como si Madrid siempre fuera de extrema derecha con independencia de las siglas. Los politólogos alegarán que Ayuso ha absorbido a los ultras, pero este dato no debería afectar a un partido tan racial y gallardo.

Sánchez ha perdido mucho más que unas autonómicas. Ni siquiera va a funcionar el argumentario de que tanto una derrota como una victoria de Ayuso descalabraban a Casado. Hay que dejar un margen de maniobra al eterno derrotado del PP, aunque el abultado marcado de su teórica subsidiaria también dificulta su permanencia en la cima. El centrista ocasional hubiera preferido un gran resultado de Vox, que refrenara a su presunta candidata. Por fortuna para los disidentes, Madrid es una comunidad tan poblada que puedes vivir allí durante años sin tropezarte con su presidenta.