A finales de septiembre de 2020, Inés Arrimadas telefoneó a Pablo Casado para pedirle una comida con Isabel Díaz Ayuso e Ignacio Aguado y poner fin a la tensión que se respiraba en el Gobierno de la Comunidad de Madrid. Era una época convulsa en Sol porque la presión de la pandemia no amainaba. En los medios de comunicación, a diario, podían verse informaciones que delataban descoordinación y lucha de poder. Miguel Ángel Rodríguez (MAR, como se le conoce en el mundo político) ya se había adueñado de los tiempos comunicativos.

La comida se celebró el 8 de octubre en Génova, según la versión de cuatro fuentes de las direcciones de los dos partidos que la conocieron de primera mano. En la séptima planta de la sede del PP, en donde Pablo Casado tiene el despacho, se vieron los líderes nacionales del Partido Popular y de Ciudadanos, así como la presidenta madrileña y su vicepresidente. Se unieron Teodoro García Egea y Carlos Cuadrado. Fue un almuerzo cordial y sincero. Un almuerzo destinado a mejorar las relaciones entre las dos máximas autoridades del Gobierno de la Comunidad de Madrid. “Tenéis que funcionar como la Junta de Andalucía”, les dijeron.

Pero no funcionó. “Se vio que la relación entre Isabel e Ignacio era irreconducible”, cuenta a 'El Periódico de España' una de las cuatro fuentes citadas. Lo intentaron más adelante, incluso hicieron juntos el tradicional balance de fin de año. Fue teatralización y engaño. En la penosa relación que se tejió entre ambos está una de las causas del adelanto electoral del 4 de mayo. MAR, quisiera él o no, lo premeditara o no, favoreció la desconfianza y el despecho. Si la comida hubiera logrado el objetivo para el que se convocó, el mapa político actual sería radicalmente distinto.

El asesor polémico y el fantasma de las urnas

La reunión de la séptima planta de Génova, aquel 8 de octubre, tiene suma relevancia por el contexto en que se produjo. No sólo porque Ayuso empezaba a despuntar a escala nacional con voz propia, completamente al margen del radio de control de la dirección y de Teodoro García Egea. No sólo porque el presidente, Pedro Sánchez, dio carta de naturaleza a esa estrategia al acudir a Sol a tener una entrevista con ella (la famosa reunión de las banderas). También porque por entonces PP y Cs se querían, o al menos se profesaban respeto, y sus dirigentes a menudo hablaban sobre coaliciones, alianzas, convivencia y objetivos comunes.

'El Periódico de España' ha reconstruido pasajes concretos de aquel almuerzo con el que Casado y Arrimadas intentaron trasladar a Madrid las buenas señales que provenían de San Telmo, en donde Juanma Moreno y Juan Marín, a pesar de la pandemia y de las duras restricciones, se conjuraron para hacer piña y enseñar sintonía.

Antes incluso de sentarse a la mesa, los lenguajes corporales de algunos de los asistentes destaparon malas sensaciones. “Se vio que la relación entre Ayuso y Egea era nula porque rehuían las miradas y se trataban con frialdad”, apunta una fuente. “Entre Isabel e Ignacio la relación, entonces, no estaba en un buen momento”, indica otra.

Ya sentados, Arrimadas y Casado se encargaron de explicar a la presidenta y al vicepresidente de la Comunidad de Madrid el motivo del encuentro. Lamentaron la imagen que estaban captando los ciudadanos porque día tras día, en los medios, se aireaban diferencias y enfoques contrarios. Se hizo público y notorio que Ayuso y Aguado portaban visiones contrapuestas sobre la gestión de la pandemia. La dirigente del PP ya se había lanzado al choque frontal contra Sánchez, lo que el mandatario de Cs no compartía. Los líderes, además, reprocharon las “filtraciones” que parecía que únicamente perseguían el debilitamiento, no del adversario, sino del compañero.

Pablo Casado y Teodoro García Egea presiden una reunión del Comité de Dirección del PP en Génova. PP

Había que acabar con ese juego táctico repleto de suspicacias. Para Casado y para Arrimadas el empeño resultaba fundamental porque ambos presagiaban que la gestión de la pandemia que estaba practicando el Gobierno de Sánchez terminaría por desgastarle del todo. Populares y liberales no podían generar escenarios mediáticos que oscurecieran ese foco. Frente al desorden de la coalición de PSOE y Unidas Podemos, debía brillar la coordinación y templanza de las coaliciones autonómicas de centroderecha.

Coinciden las fuentes en que el más elocuente de los aludidos fue Aguado. De acuerdo con las versiones recabadas, el entonces vicepresidente de la Comunidad de Madrid expuso tres aspectos. Por un lado, salió en defensa del consejero de Servicios Sociales, Alberto Reyero, y de la gestión que hizo en las residencias de personas mayores a pesar de que no era el depositario de la competencia. Sugirió que su figura y su función habían quedado dañadas por el interés del PP. Por otro, pidió que el jefe de gabinete de la presidenta, Miguel Ángel Rodríguez, ayudara a la construcción de un mensaje unívoco. Criticó ante la plana mayor del PP que ejerciera más como “elemento de distorsión” que como “factor de cohesión”. Por último, abogó por la convivencia en el mismo espacio ideológico de las dos formaciones. Habló de las potencialidades de uno y otro partidos y de la trascendencia que ello suponía frente a Sánchez.

Ayuso intervino justo después. Siempre según las fuentes, expresó su interés en que el Gobierno de la Comunidad de Madrid funcionara adecuadamente y protegió el papel de su jefe de gabinete, de quien dijo que no haría nada que perjudicara al socio.

La dirección del Partido Popular (las fuentes no coinciden en si fue Casado o Egea el que lo dijo) propuso que el entonces consejero de Justicia, Enrique López, una de las personas de más confianza del presidente y del secretario general, hiciera de intermediario, de pacificador, que asumiera incluso funciones de consejero de Presidencia aunque no ostentara esa potestad. La oferta cayó en saco roto. Sin embargo, curiosamente, hoy López es titular de Presidencia.

La misión de MAR

La confianza entre presidenta y vicepresidente, si existió alguna vez, fue efímera. Desde que la coalición se hizo realidad en agosto de 2019, el equipo de la dirigente del PP receló de la ambición de Aguado, de su afán de protagonismo, y el de Aguado observó siempre a la defensiva los movimientos de la presidenta. Los comienzos no fueron halagüeños para la hoy referencia de la derecha en Madrid y hasta se mofaban de ella compañeros de partido. Nadie esperaba a Ayuso a finales de 2019. Ni siquiera en sus propias filas. Nadie contaba con ella. Era un lastre para Casado, su valedor.

La líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas, interviene durante el debate de totalidad del Proyecto de Ley de Presupuestos Generales del Estado. EFE

En enero de 2020 fichó a Miguel Ángel Rodríguez como jefe de gabinete. La contratación sentó fatal a Aguado porque meses atrás el hoy asesor más famoso de España (con permiso de Iván Redondo) publicó un tuit que aludía a un supuesto contrato de la Asamblea que Madrid que habría conseguido el padre del vicepresidente. “Injurias”, dijeron en el entorno del dirigente de Cs. “Basura”, enfatizaron otras voces próximas. Por aquel entonces, MAR andaba cerca de Ayuso, pero no tan cerca, y el vicepresidente se reunió con la presidenta para pedirle que le mantuviera a distancia. Que por el bienestar de la coalición no contara con él.

Pero le fichó. No sólo le sumó a su proyecto, sino que le entregó el timón, la batuta, el volante. Rodríguez, actualmente, manda mucho. El vicepresidente, airado al enterarse, se entrevistó con la presidenta, quien procuró calmarle. No hará nada contra Ciudadanos, le dijo. “Le he fichado porque quiero que me dé titulares para ocupar la política nacional”, añadió Ayuso. Vaya si lo ha logrado. Cuentan que Aguado, de vuelta en su despacho, comentó a sus allegados que la presidenta iba a ser incontrolable. La preocupación era máxima.

A pesar de los llamamientos a la tranquilidad de la “baronesa”, en Ciudadanos nunca dejaron de ver la sombra de MAR. Al contrario, la notaban en todo. La pandemia, en vez de apretar las filas, cavó trincheras. Peleas internas, contradicciones en público, más filtraciones. En el círculo de Ayuso hay quien cree que la información sobre aquel apartamento que ocupó la presidenta durante lo más duro del confinamiento provino de Ciudadanos. Ir a Sol era como ir a dos sedes de dos gobiernos. En el edificio principal reinaba Ayuso. En uno contiguo, más modesto, Aguado. En privado nadie disimulaba la desconfianza.

La relevancia de la pinza PP-Cs

Pablo Casado estaba convencido, en el otoño de 2020, de que la fortaleza de la relación PP-Cs sería el mejor dique de contención frente a Vox. El diálogo con Arrimadas era fluido. Una de las fuentes consultadas para esta crónica puntualiza, sin embargo, que la idea de la presidenta de Ciudadanos de organizar esa comida de confraternización no la acogió con entusiasmo.

Al líder del PP le desagradaba la opción de ruptura de cualquiera de las coaliciones que ambos partidos forjaron en comunidades autónomas y en ayuntamientos. La estabilidad de todos ellos era su obsesión. Cuando le llegó en el verano de 2020 que Ayuso podría estar planificando la convocatoria de elecciones anticipadas, se interesó por los rumores y ordenó aparcar cualquier tentativa. Es sabido que el equipo de la presidenta llegó a redactar un decreto para el adelanto electoral.

Algo sucedió en otoño que alteró los planes del líder del PP. La frialdad con Arrimadas se volvió asidua. La presidenta de Cs procuró tejer una coalición en Cataluña que apuntalara al menos la base social del constitucionalismo. “Si no vamos juntos, nos la vamos a pegar todos”, le advirtió la dirigente liberal. Casado eludió concreciones y dio largas, hasta que en diciembre de ese año los populares anunciaron el fichaje de Lorena Roldán para concurrir en su lista de Barcelona. Nada volvió a ser como antes.

Cambió la relación PP-Cs y la moción de censura en Murcia terminó de destruirla. Actualmente, Génova, con García Egea a la cabeza, es un animal furioso contra los representantes de Ciudadanos, a los que intenta absorber sin contemplaciones. En Génova ven a la formación de Arrimadas sin futuro. En la sede “naranja” de Alcalá intuyen señales de optimismo, no obstante.

La comida del 8 de octubre en la sede del PP fue el último intento por que se hermanaran dos siglas, al menos en la Comunidad de Madrid. Y fue la primera ocasión que permitió a la dirección nacional intuir la dimensión de MAR. La comida procuró sellar una alianza y pudo haber sosegado al estratega más poderoso del momento. No consiguió nada de eso.

La desconfianza Ayuso-Aguado, de hecho, fue en aumento hasta que explotó en marzo de este año, tras la citada moción de censura en Murcia. El argumento vino solo; el relato también. Ayuso pulsó el botón del adelanto electoral para evitar una moción de censura en Madrid y que el Gobierno autonómico se lo entregara Aguado al socialismo. No hay constancia de que se estuviera preparando tal moción de censura, ni una sola prueba. Los concernidos incluso niegan tal cosa. Pero dio igual. En ese consejo de gobierno que aprobó el decreto de adelanto de comicios el rencor entre presidenta y vicepresidente estalló.

Hoy, Aguado no está y Ayuso y Rodríguez arrasan. Hoy, el PP de Casado engorda electoralmente a costa de esquilmar a Ciudadanos (así lo certifican las encuestas por ahora) y Génova busca la manera de aplacar para siempre al gran asesor.