"Cuando vuelves a casa de noche y sola, y estás abriendo la puerta de tu casa y oyes pasos detrás, tú temes por tu libertad sexual, porque eres mujer. Un hombre teme por su cartera o por su integridad física". La profesora de Derecho de la Universidade da Coruña, y experta en Violencia de Género, Patricia Faraldo, resume en una simple frase la forma en la que la experiencia de caminar por las calles de la ciudad cambia en función de quien las recorras. Regresar a casa de noche por una zona poco transitada o iluminada, esperar al autobús en una parada solitaria, coger un taxi o incluso correr con auriculares. Acciones cotidianas para un sector de la población que, sin embargo, el otro emprende con una constante y tristemente normalizada sensación de alerta.

Las ciudades como A Coruña están diseñadas, advierten los expertos, en función de la mirada masculina, el punto de partida desde el que se ha ordenado tradicionalmente el espacio público. Si bien un rediseño de los espacios urbanos, advierten, no es suficiente para paliar las conductas violentas a las que las mujeres están expuestas, profesionales de todos los ámbitos insisten en la necesidad de llevar a la práctica un concepto que puede marcar la pauta del modelo de ciudad al que aspira la sociedad: el urbanismo con perspectiva de género, una nueva visión de la organización de las ciudades que va mucho más allá de la simple mejora del alumbrado público y que alberga un plan mucho más ambicioso: convertir la ciudad en un lugar amable y habitable para una ciudadanía que transforma cada día su reparto de papeles, pero a la que aún le queda mucho por hacer.

"El urbanismo con perspectiva de género no es una visión que repercuta solo en las mujeres. Es una manera de posicionarse ante la vida misma. Lo que se hace es ampliar esa mirada con la que se mira a la ciudad", explican los arquitectos María Carreiro y Cándido López, especialistas en ese ámbito urbanístico y profesores en la Escuela de Arquitectura de A Coruña.

La ciudad, hecha para ellos

Una nueva mirada que algunos ayuntamientos ya han empezado a tener en cuenta en la ordenación del territorio, y que introduce un matiz crítico sobre la forma en la que hasta ahora se han concebido las ciudades: La vida pública y económica, para ellos. La vida cotidiana y los cuidados, para ellas. Un sistema de roles que se plasma en los lugares en los que vivimos y en los que nos movemos, desde el ancho de una acera hasta los accesos a un centro de salud. "La sociedad se ha organizado tradicionalmente desde los ojos del varón, que era el que frecuentaba el espacio público. Lo que está presente en la organización de la ciudad son las actividades económicas", explica María Carreiro. Al pasar el tamiz de la perspectiva de género por estos espacios, a esas zonas de facilidades para la producción y el desarrollo de la actividad económica se unen otras necesidades más asociadas tradicionalmente al género femenino, como los cuidados y el bienestar.

"La sociedad se organiza en el rol productivo y el rol reproductivo. Hombres y mujeres pueden ejercer esos roles de manera indistinta, pero, históricamente, han estado las mujeres cuidando y los hombres haciendo una vida social activa", explica la arquitecta. La sociedad está cambiando, es innegable, pero la consecuencia de años y años de preeminencia de estos papeles es un urbanismo en el que no cabe todo el mundo. Coyunturas de la vida diaria que se encuentran en todos los barrios. "Los vemos desde el imperio del coche sobre el peatón. La accesibilidad no se ha tenido en cuenta en mucho tiempo, desde hacer caminos seguros para ir al colegio o mejores accesos para los centros de salud", advierte Carreiro. La ciudad con perspectiva de género no es una ciudad mejor para las mujeres, sino mejor para la sociedad en su conjunto. "Es un acto de apropiación, que implica contar con las mujeres y con los grupos de población más excluidos. Es necesario definir las necesidades cotidianas como una prioridad", advierte Cándido López.

La seguridad, cuestión de ordenación municipal

"El urbanismo A Coruña suspende en perspectiva de género", juzgan los arquitectos. Lo preexistente no es lo ideal, pero adaptar una ciudad como la nuestra a los nuevos tiempos no es una cuestión de tirar y edificar de nuevo, sino de ir diseñando y poniendo en marcha una serie de acciones concretas que vayan cosiendo los barrios hasta tener una urbe más amigable con todas las necesidades. Lo primero, entremezclar sus usos y dejar de segmentar los espacios en función de a qué estén destinados. "Estamos acostumbrados a hablar de polígonos especializados: El polígono residencial de Elviña o el polígono industrial de Agrela-Bens, lo que provoca que, a determinadas horas, la calle se quede vacía", ilustra Cándido López.

Si los usos se mezclan, y la calle no reduce su actividad a determinadas franjas horarias, sino que se mantiene en movimiento a lo largo de todo el día, esa percepción de inseguridad que acompaña a tantas mujeres en sus itinerarios urbanos disminuiría de forma considerable. "Otra cuestión es cómo se organizan los equipamientos de la ciudad: asistenciales, sanitarios, educativos y deportivos. Sería interesante establecerlos en red, que fuesen complementarios e integrados, con diversos usos. ¿Por qué no puede haber un equipamiento que contenga, por ejemplo, una biblioteca, una piscina, una sala de ordenadores, otra para practicar yoga?", enumera Cándido López.

Las terrazas, ese elemento discutido hasta la saciedad por los partidarios de destinar un mayor espacio público a las plazas de aparcamiento pueden ser, en esta contienda, un aliado inesperado. "Aparentemente, no tiene que ver con la perspectiva de género, pero mejora las cosas. Uno: porque no te encuentras con una terraza en la acera que te corte el paso. Y dos, porque si se colocan, no estás pasando al lado de coches aparcados, sino de sitios que traen algo de vida a la calle", propone el arquitecto.

Otra de las grandes demandas sociales cuando se habla de inseguridad de las mujeres en las calles son las mejoras en la iluminación pública. Un debate en el que tienen gran protagonismo las diferencias notables que se encuentran en la materia entre los centros de las ciudades, que suelen contar con alumbrados abundantes y en buen estado, y los barrios más periféricos, con instalaciones más deficientes y, sobre todo, insuficientes. El barrio de Os Mallos, cuyos vecinos sitúan la mejora de la iluminación del distrito como una de sus principales y más urgentes reclamaciones en materia de seguridad ciudadana, es ejemplo de ello.

Con todo, los expertos advierten de que no basta con sembrar las aceras de farolas, sino de instalar un alumbrado consciente con la idiosincrasia de cada distrito. "No se puede iluminar indiscriminadamente. Hay que estudiar dónde habría que colocar esa iluminación y cómo hay que colocarla. No es algo tan raro, en lugares como Pamplona y Vitoria encontramos pasos de peatones muy bien iluminados, y el resto de la calle con una luz mucho más tenue y sutil", ejemplifica Cándido López. "Cada concello y cada barrio son distintos", matizan.

La ciudad de los cuidados y los "niños de la llave"

Desde el Concello defienden que, si bien no existen en la ciudad obras catalogadas desde esa perspectiva, los criterios propios de esta nueva mirada sobre los espacios se tienen en cuenta en las actuaciones que se llevan a cabo. Como ejemplo, citan el nuevo ascensor del Castrillón, transparente y dotado de buena iluminación.

Pese a esto, para Carreiro y López hace falta una voluntad real por parte de las administraciones para construir esta nueva ciudad sobre la que ya tenemos, y que vaya mucho más allá de iluminar zonas oscuras. El ejemplo está en los accesos al que será el nuevo Hospital, sobre todo si se tiene en cuenta sobre quién recaen los cuidados todavía hoy: el 70% de las personas que dejan de trabajar para cuidar a personas dependientes siguen siendo mujeres. "Es imposible hacer una ciudad con perspectiva de género si no está en el germen. Las que cuidan siguen siendo ellas. Para desplazarse al Chuac, que es el equipamiento sanitario más significativo desde el punto de vista urbano, no puedes llegar andando , ni siquiera hay aceras para llegar. Perspectiva de género inexistente", critican los arquitectos.

Cuando se habla de urbanismo con perspectiva de género surge un término que va inevitablemente aparejado al primero, y que comienza a resonar con más fuerza que nunca cuando se habla de las necesidades sociales: conciliación.

De nuevo, los datos dibujan el panorama: por cada hombre que deja su trabajo o reduce jornada para encargarse de los hijos, lo hacen veinte mujeres. Conciliar es una necesidad, sí; pero no todos comparten el orden de prioridades. "Quizás sean interesantes otro tipo de centros con respecto a los que ya tenemos. Centros de conciliación, tanto para niños pequeños como adolescentes, un lugar donde los niños puedan estar atendidos cuando los padres están trabajando, o para hijos de familias monomarentales o monoparentales", propone María Carreiro.

Un recurso que, si bien puede existir en algunos contextos, no se puede decir que esté estandarizado ni mucho menos, y que proveería de un colchón para los llamados "niños de la llave", los pequeños que, al carecer de red familiar o de apoyo mientras los padres trabajan, pasan las tardes solos en casa sin supervisión ni atención.

"La perspectiva de género pone el foco en que los equipamientos no tienen que ser solo culturales o deportivos, sino adaptados a las necesidades familiares. Otro problema que hay es que todos los centros de mayores que existen están pensados para personas muy dependientes. No hay un sitio par esas personas que no están para bailar, pero igual sí para jugar a las cartas", ejemplifican. Los horarios, en este caso, deben ser una mano amiga, y no otro motivo de ahogo. “Deben ser amplios. Es fácil si uno tiene horario de 8.00 a 15.00, pero la gente que se dedica a la limpieza o hace trabajos auxiliares, igual trabaja de 18.00 a 23.00”, destacan.

Otro de los recursos que ya existen, pero cuya concepción y tratamiento conviene revisar bajo estos criterios, son los centros de acogida de mujeres que sufren violencia de género. Los arquitectos proponen hacerlos visibles y fomentar la comunidad a su alrededor, con el fin de brindar a las mujeres que pasan por estos trances la oportunidad de participar en la sociedad. "Están totalmente ocultos. En España se les da un tratamiento policial en lugar de asistencial. Deberían ser centros con una función terapéutica, que impliquen a la sociedad como cuidadora de las mujeres. Visibilizar esto no da votos, por eso no se invierte en estas cuestiones. Las inversiones van detrás de las demandas de las usuarias", lamentan.