Con la primera «mascletà», ayer, Peñarroja prendió la mecha fallera de 2015. Con ella, la del epicentro pirotécnico mundial en lo que hace quince años denominé «la catedral del fuego diurno»: la plaza del Ayuntamiento de Valencia. Los de la Vall d´Uixó vienen ocupando esta misma fecha, ininterrumpidamente, desde 1997. La piden ellos. Siempre hay jaleo en el reparto y al consistorio le toca hacer encaje de bolillos con el calendario pero respeta algunos días, como el de Pepe Nebot Peñarroja. Él explicó que ayer quería hacer una interpretación clásica del espectáculo: revisitar, que dirían en arte moderno. Para ello empezó con una larguísima traca valenciana que ocupó todo el lateral este que subió después por el lado norte. No suele ser lo habitual. ¿Esto qué significa? Una asunción de riesgos importante: cuanto más fuego rodee la plaza al principio, más peligro hay de que alguna parte posterior de la mascletà se inflame antes de tiempo. Queda muy bonito pero es un peligro técnico importante. Y a mí me gusta cuando se la juegan. En el inicio hubo tres partes aéreas, bien concebidas. Pasó a tierra sin marcaje alguno (lo eché en falta). El cuerpo de la mascletà se buscó largo: con seis partes o retenciones de fuego (cuando suelen llevar cinco). Cada una de ellas está compuesta por un número creciente de grupos: de ahí viene el hecho de que, según avanza, la mascletà suba en intensidad, porque tiene más elementos. Pues bien, ayer, en el lateral oeste, colgando de cada trueno de los grupos más cercanos al ayuntamiento, se extendían tracas valencianas casi como acompañamiento terrestre. Iban aderezando el cuerpo de cuerdas cual reminiscencia del origen del espectáculo: la traca valenciana (y la «traca correguda»). Fue una bonita antigualla poco vista ya, que confirió más colorido sonoro al evento. Al contrario que otros años, Peñarroja ayer no hizo humos de colores, y esto de las tracas yo lo vi mucho más interesante, por cierto. Lo más complejo, la unión del cuerpo con el terremoto, se hizo muy bien, de forma natural, siguiendo el sentido del fuego en la plaza, y sin sobresaltos, que es lo importante. Es la parte más difícil del disparo y quedó muy bonita. En consonancia con el largo fuego anterior, el terremoto también tuvo mucha duración: cinco tramos. Pero alargarlo tiene la contrapartida de que pierde algo de intensidad. No podemos tener todo. El final aéreo, de corte tradicional, culminó con un hermético golpe de truenos: técnico y bonito. Sin historias: sota, caballo y rey.