Desde Bèlgida, Aitana llegó con una mascletà muy preparada. Isabel Benavent y Juan Bautista Mollá traían, sobre el papel, un trabajazo. Tenían todo clarísimo. Ella me explicó, con todo lujo de detalles y con una ilusión tremenda, el desarrollo desde la traca inicial hasta el golpe final, digitalizado, en tierra. Esa transparencia (y la confianza en contármelo), es muy de agradecer. Muchas veces el pirotécnico prefiere hablar de que «habrá sorpresas» por si, llegado el momento, algo no funciona exactamente como preveía y, así, al no estar anunciado, no se echa en falta o, al menos, no se puede comparar con la previsión que de ello se tenía. No fue el caso con Aitana.

Fueron muy claros. Ayer, el comienzo, tal y como se anunció, estuvo muy bien dibujado. Los inicios aéreos, abriendo boca, bonitos y clásicos, fueron pautados por la cadencia de las candelas. Es como toca: su ritmo, lento, es el que pide la mascletá recordando, según cuentan, las salidas, cohetes o voladores con que se hacía antiguamente. Ahora que no se puede disparar cohetería en esta plaza por el problema que generaría la posterior caída de las varillas al público, las candelas cumplen muy bien esta función en cuanto a imitación de tiempos. No es lo mismo, pero parecido.

Aitana para terminar esto, hizo un golpe en rojo y trueno para pasar a encender la mascletá. La parte de tierra iba adornada con descargas de colores que se esparcían por el suelo animando visualmente la cosa. Hubo, además, acompañamiento aéreo a cada lado de la plaza. Pero sobre el fuego que va colgado en las cuerdas se observó algún momento de coincidencia de explosiones y, por tanto, un inevitable ahuecamiento posterior. Pero lo más llamativo fue que la entrada al terremoto fue demasiado brusca: se notó en demasía.

El trueno iba volado, o sea que explotaba según le entraba el fuego y, los tres ramales con los que se inició, se notaron demasiado. Aitana lo sabe hacer mejor pero, como siempre decimos, cada mascletà sale diferente. El mero estopinado (enmechado) corriendo por el terremoto, salvando la infinidad de pliegues que lleva para comunicar el fuego a los golpeadores ya casi hace de traca. El bombardeo que le siguió al final terrestre iba bien pero las rodadas digitales de rúbrica se solaparon de forma evidente. A mi modo de ver, esto hace que, al coincidir ambas cosas, se quite protagonismo a las dos: todo el trabajo digital, que fue muy llamativo, se eclipsó un poco. Eso sí: el doble golpe aéreo y el posterior latigazo en el suelo, en toda la plaza, a modo de punto final, sí que fueron totalmente herméticos.