La indumentaria tradicional, que no deja de ser un patrimonio inmaterial de primer orden, vive en estado de permanente debate, que no pasaría nada si no fuera porque está acompañado normalmente de la descalificación hacia quien no opina igual que uno mismo. Eso es lo que se pudo apreciar tras el estreno de la nueva indumentaria de la corte de honor en la Gala de la Cultura, siguiendo las directrices de la Junta Central Fallera. Un torrente de elogios, entrecruzados con un torrente de críticas, han marcado el estreno . Sigue como asignatura pendiente una gran mesa entre profesionales para tratar de poner en orden unos mínimos sobre los que poder trabajar.

Lo intentó Félix Crespo hace un par de legislaturas, pero tuvo que abandonar rápidamente porque la propia competencia entre profesionales lo impidió. Incluso entre las tiendas más prestigiosas existen profundas diferencias a la hora de recomendar peinados y complementos.

A esta ceremonia de la confusión se añade la proliferación de plataformas especializadas, ya sea en soportes digitales, sofisticados o de bajo o nulo coste, o en redes sociales, donde la crítica se ejerce de forma especialmente exacerbada. El simple hecho de, por ejemplo, denominar a un traje «Siglo XIX» (el de cintas y manga de farol) provoca normalidad o desprecio a partes iguales. Por no hablar del concepto «traje de fallera», denostado hasta hace dos días y ahora reconvertido en vocablo de moda para, entre otras cosas, justificar la presencia de los tres moños en cualquier vestimenta.

Divergencias de arriba a abajo

Así las cosas, la ramificación de opiniones adquiere tintes casi grotescos. Sirva el propio traje de la corte de honor y, de arriba a abajo, se encuentran opiniones encontradas con todo: llevar un moño o tres; si la peineta que lucían es suficiente o es demasiado baja; si debían llevar una o tres rayas en el peinado; si los pendientes son grandes o no; si el aderezo del pecho debía ir ahí o sujetando el lazo; si el vuelo de la falda era o no demasiado grande y si delantal y manteleta debían llevar menos metal aún del que llevaban. Eso, para empezar a hablar. La base social recuerda que, en una recreación de traje de época, hay una enorme diferencia de clase social (alta o baja), de momento (trabajo o fiesta) y de hábitat (urbano o rural), que permitiría admitir toda suerte de argumentos.

La modificación del traje Siglo XVIII de la corte de honor se realizó por consenso entre indumentaristas y proveedores. Y aunque se han buscado connotaciones hasta políticas al cambio, sí que se ha hecho atendiendo a la corriente, todavía minoritaria, pero creciente, de ir eliminando los rodetes de los lados en este tipo de traje. Teniendo en cuenta que fallera mayor y corte suelen marcar pauta en la indumentaria, no sería de extrañar que se asistiera a partir de ahora a una creciente tendencia al moño único.