Como un juego de espejos cóncavos y convexos que refleja la realidad de forma esperpéntica y grotesca, las Fallas han sido el eco valleinclanesco de los cambios políticos producidos „o perpetrados„ a su alrededor. Este año, con el fin de un cuarto de siglo de Fallas bajo el gobierno de Rita Barberá y la llegada del tripartito de Joan Ribó, no es la primera transición política a la que se enfrentan los ninots. El siglo pasado fue fecundo en transformaciones políticas plasmadas en las Fallas.

1932: Fallas republicanas. El cambio de régimen que trajo la Segunda República fue pionero. Las primeras fallas republicanas, las de 1932, llegaron con fuerza tricolor: de las 72 fallas plantadas aquel año en Valencia, la crítica y la sátira de los monumentos se concentró en un 31 % en el cambio de régimen. Otro 12 % de los monumentos aludían al feminismo y el divorcio impulsados por la República, según datos recogidos por el estudioso fallero Josep J. Coll en su blog de interpretación y documentación de las fallas.

En los archivos de la revista Pensat i Fet, los bocetos de 1932 exhiben el cambio. Con la mujer republicana ondeando una enorme bandera tricolor como remate del monumento, la falla Vivons i Cádiz se adhería al nuevo régimen con entusiasmo desbocado: «Una falla d´alt estil senyala una fecha històrica: la del 14 d´abril». En la falla Amorós se fijaban con escepticismo en los símbolos: «Segons és la situació, canvien certs centres de poble les banderes del balcó». Mientras, la falla En Corts advertía a ingenuos de forma explícita con su lema: «En este règim i aquell, del biberó hi ha qui xupla per a unflarse bé la pell».

La crítica antirrepublicana también tenía cabida. La falla Balmes se oponía a la medida más feminista de la Segunda República: «Esta falla se rebota perquè en el vot de la dona veu el gran perill si vota». La Falla de Baix aludía al laicismo republicano con un monumento que recreaba un desfile procesional muy particular: «A falta de processons, ara en els pobles passegen als caciques en sillons», decía el lema.

Aquel 1932 sirvió para consolidar la figura de la belleza fallera creada el año anterior „el actual cargo de fallera mayor„ y para profundizar en la institucionalización de la fiesta con la creación de la Associació General Fallera Valenciana y la introducción de nuevos actos como la Nit del Foc y de la Cavalcada del Foc (precedente de la Cavalcada del Ninot).

Pese a los vientos de libertad republicanos, no conviene idealizar la etapa fallera que se iniciaba entonces. Según el sociólogo y profesor universitario Gil-Manuel Hernández, de la Associació d´Estudis Fallers, las Fallas de la Segunda República que se iniciaban aquel 1932 sentaron tres cambios fundamentales en cuanto al repertorio temático: «el descenso de la crítica social y política, el dominio de la crítica cultural basada en la sátira contra la modernidad, y el incremento de las fallas humorísticas y apologéticas. El resultado fue, en definitiva, la neutralización de la sátira fallera y de la violencia simbólica a fin de promocionar la falla artística y amable. Con todo, se mantenía una pluralidad ideológica dentro del mundo fallero que fue rota por la Guerra Civil».

1940: llega Franco. La primera consecuencia se veía en las calles. O mejor dicho: no se veía. De las alrededor de 120 fallas plantadas en 1936 en Valencia se pasó a solamente 34 monumentos en 1940, el primer año de Fallas bajo el franquismo y tras la interrupción de la Guerra Civil. Hubo una purga. Entre muertos, exiliados, huidos y represaliados para la vida civil, el censo fallero perdió el 88 % de sus integrantes entre 1937 y 1943 según las estimaciones más optimistas. No sólo era el número, también la temática. Llegó la censura. Podría destacarse la Falla Plaça Lope de Vega de 1940 con un lema glorificador del nuevo régimen: «Anys la tradició dormia, i ens la tornà el trenta nou omplint-ho tot d´alegria», con explícitas referencias a las procesiones y la religión que recobraba el espacio público.

Franquismo en ninots, y franquismo impreso. Es cierto que los falleros consiguieron permiso gubernativo para seguir editando en valenciano los llibrets. Otra cosa eran los mensajes. En el Pensat i Fet de 1940, el poeta valencianista Francesc Caballero Muñoz (firmante de las Normes de Castelló de 1932) no tuvo reparos en evidenciar su cambio de bando con una oda fallera al Generalísimo del siguiente calibre: «Ja lluny l´odi i el dol i el vilipendi, encén, Falla, en ton foc sense perill l´esperit del meu poble en un incendi de patriotisme i fe, d´amor de fill€ i confiança cega en el Capdill!».

La censura desplegaba sus tentáculos. La nueva Junta Central Fallera vetó el 18 % de las fallas en la década de los cuarenta y el 32 % en la década de los cincuenta. La Vicesecretaría de Educación Popular bloqueaba especialmente temas eróticos, problemas político-institucionales, de signo escatológico o medianamente ambiguos.

El concejal de Cultura del ayuntamiento franquista, Martí Domínguez, había sido tajante con las Fallas meses antes de la plantà: «Desde luego, no estamos dispuestos a consentir ni la más leve alusión a cosas recientes cuya grandeza histórica no podría soportar la endeble arquitectura de la falla», al tiempo que reclamaba a las fallas «un alarde espléndido de tacto, de bondad, de ponderación, de cultura, de refinamiento moral, de sentido cristiano».

Lo recoge el investigador Josep Ballester en un trabajo sobre la literatura i la fiesta fallera en la posguerra, donde narra un episodio revelador de aquel 1940 de cambio político. Tras colgarse las señeras en las calles (costaban 15 céntimos de alquilar y las españolas valían una peseta), el gobernador civil Planas de Tovar llamó iracundo a Emili Camps, miembro fundador de la Junta Central Fallera. «Mañana recorreré la ciudad, y por cada señera que encuentre les caerá un año de cárcel», le dijo. «Nos pasamos toda la noche „recordaba años después Emili Camps„ recorriendo las calles y avisando que las quitaran. Retiramos hasta la que había en el balcón del ayuntamiento€ Fueron unos años de mucha represión en las Fallas, que eran consideradas peligrosas por la autoridad».

1980: democracia local. Las primeras fallas tras la restauración de la democracia local fueron las de 1980. Proliferaron los guiños a la demanda de autonomía, democracia y críticas al franquismo. Nada mejor que fijarse en Na Jordana „primera de Especial y máximo galardón en Ingenio y Gracia„ para comprender el salto de la Historia.

El artista Vicente Agulleiro diseñó un monumento coronado por una dama que representaba a la Constitución Española y que era columpiada por los distintos partidos políticos estatales. En un tiovivo colocado debajo, asomaban personajes difíciles de imaginar durante el franquismo: Castro, Brezhnev, Anwar el Sadat y „el que más polémica despertó„ el ayatolá Jomeini, líder político-espiritual de la Revolución islámica iraní de 1979.

Se indultó su figura tras presiones diplomáticas para evitar polémicas que podía desatar la crema de su efigie. Aquello se parecía a la libertad, como la que permitió el alcalde socialista Ricard Pérez Casado „después de décadas de censura de la política local„ al dar autorización para colocar un ninot suyo. Se acabó ese modus operandi de los permisos y las censuras.

Otra cosa sería la autocensura. Porque la transgresión tenía unos límites que experimentó la conocida como Falla King-Kong, una comisión fallera de carácter anticonservador que se plantó durante tres años: 1978, 1979 y 1980.

Erguida en la zona noble de la ciudad por hijos de la burguesía valenciana surgidos de la Universitat y de evolución muy dispar „Fernando Villalonga, Alfons López Tena o Julio Tormo„, aquella falla recibió la hostilidad de los estamentos oficiales falleros. Después de ser altavoz de grupos como Al Tall o Els Pavesos de Monleón y abrir su llibret a plumas como las de Joan Fuster, Josep Vicent Marqués o Vicent Franch, la King-Kong también sufrió el hostigamiento de la extrema derecha con insultos telefónicos a la fallera mayor de la comisión, agresiones a falleros en su casal, boicot al monumento y amenazas de quemar la falla antes de hora.

El barrio no respaldó esta propuesta popular, antimercantilista y crítica con la coentor fallera. Y en 1980 desapareció. «La cort del faraó» fue el último monumento de la fugaz y revolucionaria comisión Jacinto Benavente-Reina Doña Germana, para la historia «Falla King-Kong». También en 1980 apartaron de la contestataria falla de Arrancapins a Robert Romero i Royo, el presidente que estaba pilotando el proceso de apertura y transformación hacia otro tipo de falla que con los años maduraría.

Un último dato: en aquel 1980, con las primeras fallas democráticas, la fallera mayor fue elegida por el fallo de un jurado surgido de las comisiones. María del Carmen Dolz ponía fin al monopolio que ostentaban las familias más poderosas, que durante el franquismo se pasaban la banda más preciada de mano en mano para sus hijas.

1992: el PP coge el testigo. La era socialista terminó en 1991. La victoria del PP en las urnas fue acompañada de la llegada al área de Fiestas de Vicente González Lizondo, el emblemático líder de Unió Valenciana. Gil-Manuel Hernández recuerda la rápida supresión del concurso municipal de llibrets para dar más protagonismo al de Lo Rat Penat, con su ortografía secesionista.

En el primer año de la era Barberá se mandó una falla a la Expo 92 de Sevilla y otra falla „acuática„ a los Juegos Olímpicos de Barcelona. Curro y Cobi salpicaban los monumentos falleros en Valencia. Los temas incómodos seguían rehuyéndose. Y así siguieron, con excepciones inofensivas o casos aislados. La filosofía era conocida por la política: ¡El ninot ha muerto, viva el ninot!