«Era la Mònica?», se sorprende un cuarteto de mujeres en la acera de la calle San Vicente. Son de Monserrat y han venido a ver a los músicos del pueblo, pero no han detectado a la vicepresidenta del Consell, que desfila junto a su comisión Ángel del Alcázar-José Mestre, acompañada de su pareja. «¿Es esa, la del vestido oscuro?», pregunta otro observador, mientras a la Oltra fallera se le acerca una señal inconfundible de importancia: un periodista con micro y un cámara. «No la hemos visto, no habrá pasado aún», declara una mujer, sin darse cuenta de que la política está frenta a ellas. Pocos detectan a Oltra, sin gafas, de negro y con un único moño, por el cual se ha decantado «para no tener problemas con Fuset», bromea cuando deja atrás a la Geperudeta. Entonces se relaja, después de haber sacado el pañuelo para enjugarse algunas lágrimas al entregar el ramo, la vez número 21 en la que desfila ante a la patrona de la ciudad.

«Es que sin gafas no me reconocen», abunda la vicepresidente, oculta entre la algarabía del final de la marcha. Como Clark Kent, sin gafas resulta una figura irreconocible, más en un escenario plagado de iguales con peineta y turistas que fotografían indiscriminadamente los vestidos tradicionales.

Un grupo sí que le lanzan varios gritos desde la valla. Ella se gira y se lanza a fundirse en un abrazo. Comprendido, eran amigas. Luego irá al Palau, a abrazar a Puig.