La Virgen de los Desamparados viste de gala. Claveles de color rojo y blanco a raudales dibujan sobre el manto la imagen de San Vicente Ferrer. Cada ramo que cubre el manto son sentimientos de cada una de las falleras que se acercaron para vestirla de gala los días 17 y 18. Hasta allí acudieron ayer miles de valencianos para disfrutar de su belleza y para emocionarse a sus pies. Aunque también son miles las personas que vienen de otros partes de España y de otros países para sorprenderse. Entre la multitud e intentando tomar una foto de refilón aparecen Raquel Santamaría oriunda de Burgos y su amiga Andrea Sánchez madrileña, ambas la visitan por primera vez y aunque un poco agobiadas por la multitud miran hacia arriba sorprendidas «es bastante impresionante todas las flores que hay, son muchas horas de dedicación, tanto para colocar la Virgen como las flores», afirmó Raquel.

El acceso por la calle Micalet es una odisea: guías turísticos con grupos muy cuantiosos tratan de explicar entre chillidos, en qué consiste la ofrenda, se forman carriles de personas para marcar la dirección a seguir y los hosteleros más avispados ofrecen su menú del día para aprovechar el último día de fallas. Familias y generaciones acuden a visitarla: «yo desde que era así de chiquita vengo a verla», le comenta una madre a su hija pequeña.Las hermanas Alicia y Soledad se apoyan en la valla y simplemente observan a la Virgen de los Desamparados. «Casi todos los años venimos a ver a la Virgen porque me parece impresionante, el cuerpo te pide venir a visitarla», confiesa Soledad.

Ahora sí y casi coincidiendo con el inicio de la mascletà la plaza de la Virgen está abarrotada no cabe ni un alfiler. Hacerse una foto es tarea solo para valientes, y las terrazas se han convertido en el lugar idóneo para tener buenas vistas hacia la Virgen. Allí se encuentran Manuel Álvarez y Dolores Calabuig ambos barceloneses, quienes visitan por segunda vez Valencia en fallas. Manuel confiesa «cada vez que vengo es diferente, no me cansaría de venir nunca, es algo único, me encanta. Sin la ofrenda le faltaría algo a las fallas».

Por su parte, Dolores afirmaba: «cuando veía cómo colocaban las flores se me saltaron las lágrimas, el resultado es increíble, no puedo dejar de observar lo bonita que la han vestido con los claveles rojos y blancos». Entre risas con su marido confiesa volver los próximos años. Cien mil falleros y los vestidores emplearon dos días en darle «vida», pero son muchos foráneos los que también vienen para inmortalizar su momento a los pies de la Geperudeta. Un acto inolvidable y único para todos, que continuará hoy con un río de visitantes igual de numeroso.