Rubén Darío-Fray Luis Colomer no es la comisión más grande de la ciudad. Ni la más pequeña, ni la más rica ni la más pobre. Pero está tocada por la varita mágica. O por la peineta mágica. Un año, allá por 1985, empezaron la costumbre de aportar a sus hijas a la corte de honor. Ya son diez, lo que les coloca claramente en el top-10 de las comisiones más agraciadas. Y con la particularidad de que muchas veces ha sido por partida doble. Ahora llevan unos años sin tener representación (desde Cristina Ribera y Claudia Ausina en 2012), por lo que esperan que la ventura llame a la puerta pronto.

Podría ser con Carmen Engo, a la que llegó tras pasar por otras dos comisiones y, en este caso, «por cercanía con casa, que es siempre lo mejor y lo más cómodo. Si además, estás en una comisión donde estás muy a gusto... en casa, la fallera soy yo. Estoy en la delegación de infantiles». Tenía clavada la espinita de no haber sido fallera mayor infantil por ese trasiego y el sorteo le sonrió.

Además, su historia la puede contar de muchas maneras. Acaba de empezar tercer curso de Traducción y Mediación Interlingüística en la Universitat de València. «Hablo inglés, francés y ya sabía italiano y he empezado con el portugués. Desde siempre he tenido mucho interés por las culturas diferentes». Aunque a veces «no es fácil: estás con un idioma y piensas en otro y te equivocas en una palabra o en otra». Su sueño: «vivir en el extranjero en algún momento para seguir creciendo en lo que estoy haciendo».

Si saliera de la corte, heredaría de su última antecesora, Cristina Ribera, el puesto en la última fila, la de las altas. Tiene 175 razones y centímetros para ello.