Vistos los antecedentes, Esther Naharros ya debería estar poniendo el cava a enfriar. No por nada: ya son tres las finalistas para la corte infantil de 2004 que han disfrutado de la versión mayor. Si fuera todo tan fácil... el caso es que la fallera de Burjassot vuelve con renovados bríos, convertida ya en toda una mujer y en una cara conocida para todos aquellos, miles, que acuden a la tienda Mango de la calle Colón, donde es la responsable de caja. Antes ya había trabajado en Ikea, El Corte Inglés o Carrefour, aunque su vocación de verdad es el Turismo, del que ha acabado ya el grado superior. «He recorrido buena parte de Europa a la aventura con mis padres. Vamos a un lugar, alquilamos un coche y a lo que salga».

Su madre fue una de las falleritas fundacionales de Espartero-Maestro Plasencia, esa pequeña isla separada de Burjassot por la autovía de Ademuz. «Pero somos muy felices allí en nuestro rinconcito». Y tienen motivos para ello porque, de tanto en tanto, Javito Álvarez-Sala les planta un fallón y hay falleras mayores, como ella, que acaban el año con un primer premio bajo el brazo «y con mi padre de presidente. También lo fue cuando mi hermana fue fallera mayor en 2012».

Esther tuvo un currículum infantil inusual: fue fallera mayor en 2003 y su mayor fue Rosa María Barrachina. Ella, como queda dicho, llegó a la final del velódromo. Dos años después, ambas repitieron. «Pensamos que una falla no puede estar sin representación y volvimos a serlo las dos juntas». Y en aquella ocasión fue Rosa la que llegó a la final adulta y se ganó un puesto en la corte de Lucía Gil. No le es ajeno a Esther el trajín cortesano. «Me llamaban cuando llegaba el coche oficial y sí que viví algunas cosas. También de mi grupo era Rocío Gil, que había estado en la corte infantil en 2001 y que este año va a ser fallera mayor de la Merced. Tengo una ilusión enorme y a luchar por ello».