Si el universo de la indumentaria es uno de los motores de la fiesta fallera, en el presente ejercicio ha habido debate para dar y vender. Sobre todo, desde que la Junta Central Fallera anunció que la corte de honor llevaría un único moño con los trajes «Siglo XVIII». Aquello animó, cuando no incendió, los debates entre defensores y detractores. Desde las exaltaciones de enero, las cortes lo llevaron porque no tenían otra cosa que ponerse (dejaron de llevar los trajes propios y pasaron a lucir los oficiales). Las falleras mayores se acogieron a la nueva tendencia „la enésima tésis sobre la indumentaria„ que ahora ya no habla de trajes dieciochescos, si no que distingue entre trajes «a l´antiga» y trajes «de fallera» (el XVIII de toda la vida con tres moños), expresión esa «de fallera» que, hasta hace poco, era poco menos que una blasfemia y que ahora, de repente, se vuelve acuñar como legítima. Es la consecuencia de no existir un catecismo común en un ramo, el de la ropa tradicional, que tiene casi tantos expertos como entrenadores de fútbol hay en las gradas de un campo de fútbol.

En el presente ejercicio, y tratando de evitar conflictos, las 72 candidatas han sido informadas de antemano que las 26 elegidas, sí o sí, irán con un moño cuando no lleven traje con manga de farol y cintas. Que luego habrá que ver si la obediencia se materializa en la práctica. El caso es que el jurado que tiene que elegir a las representantes de la fiesta organizó ayer una reunión con todas ellas vestidas de valencianas, pero con esa forma de peinarse. Durante toda la tarde se reunieron en los salones del hotel Acteon, donde realizaron un pase en toda regla „entre grupos de trece, una de las cuales hacía de "fallera mayor" y tenía que saludar„, seguido de una merienda y convivencia. La explicación parecía lógica: si una buena parte del reinado van a evitar los rodetes laterales, había que verlas de esta forma. La elección de corte de honor y fallera mayor tiene un componente de concurso de belleza, eso es incontestable, y los enormes contrastes que sufre una mujer vestida de particular o con los tocados tradicionales es un aspecto que, necesariamente, se tiene que valorar. El resultado fue una sugerente muestra de indumentaria tradicional.