Las candidatas a fallera mayor de Valencia o, en su defecto, corte de honor, son un reflejo de la sociedad actual. Y las 72 falleras que continúan realizando prueba tras prueba muestran claramente el cambio de tendencia que se ha producido en los casales y que se viene confirmando con el paso de los últimos años: la fallera mayor de la comisión ya no es una joven que acaba de superar la adolescencia. Ese estereotipo ha quedado literalmente barrido: la media de edad de las cortes de honor ha aumentado en casi cinco años en el último cuarto de siglo.

Décadas atrás, el acceso al cargo estaba mucho más cerca de la edad de los bailes de debutantes anglosajones, con 16 años, que posteriormente aumentaría al de las puestas de largo europeas, sobre los 18 años. Y esto tenía su reflejo en la selección para el cargo representativo, cuyas trece componentes se movían en esas bandas de edad, convirtiéndose la veinteañera en una rareza. Casi en la excepción.

Ahora, el proceso está totalmente revertido: la rareza es una menor de veinte años. Tanto que en ocasiones se cuestiona el encaje de dicha joven en el grupo si las edades no están suficientemente escalonadas. Valga la comparación: las falleras de 1991, las de Carla Muñoz Antolí-Candela, tenían una media de edad de 18,2 años. Las todavía vigentes, las de Alicia Moreno, de 22,9. Casi cinco años las separan. La media de entonces era la de empezar una carrera universitaria y la actual, la de haberla terminado.

Y no se trata de ejemplos aislados: son una constante entre estos dos extremos: las falleras de 1990 tenían una media de 19 años y las de 1992, de 18,7. Estefanía López y su corte tenían en 2015 una media de edad de 22,7 y Carmen Sancho y las de 2014, de 22,2. De la misma forma que el aumento de la reproducción asistida ha multiplicado la presencia de gemelas o mellizas en los cargos infantiles, la incorporación plena de la mujer al mercado laboral, junto con la búsqueda de una seguridad en la situación económica y laboral, ha propiciado el aumento de la edad de la emancipación, de los matrimonios, de la maternidad... y también del trono fallero.

Entre las 72 candidatas de este año, la justificación del reinado tardío refleja esa tendencia: ser fallera mayor con los estudios finalizados o serlo cuando ya «me lo pudiera pagar, todo o en parte», puesto que, en la fórmula anterior, el gasto del reinado de la fallera corre y corría por cuenta de los padres.

Los datos de la edad son significativos: tan sólo hay tres candidatas menores de 20 años, el 70 por ciento entre 20 y 25 años y el 27 por ciento son mayores del cuarto de siglo. La más joven de las aspirantes de este año es Rebeca Pastor, que pasado mañana cumple 19 años. Gran parte de ellas nacieron a la par de los fastos del año 1992, de Juegos Olímpicos o Exposiciones Universales, que pasaron por Valencia de puntillas.

Este alargamiento en las edades ha acentuado también la presencia entre las finalistas de mujeres casadas, que este año son cuatro „incluyendo dos que han sido madres„, a las que hay que añadir varias que viven en situación de pareja de hecho.

El proceso ha sido paulatino. Fue en el año 2003 cuando María Jesús Angulo se convirtió en la primera fallera elegida para la corte que superaba los 30 años durante el ejercicio. Y hace ahora doce meses, esa edad es la ya que tenía Alicia Moreno. Las edades de las falleras mayores de Valencia también evolucionan. No es ya solo que, por ejemplo, María Luisa Aranda fuera designada en 1940 con tan solo 14 años. Un personaje tan conocido en la historia como Covadonga Balaguer (1989) subió al trono con 18 años. Y también Alicia Moreno estableció el récord este año con 30 años, superando a Sandra Muñoz, que en 2012 fue elegida con 28.

Esta radiografía de las candidatas también pone en evidencia su integración en el mercado laboral. El aumento de edad, unido a la leve recuperación económica, dejó, tras las 72 entrevistas, una situación curiosa: ninguna dijo estar sin trabajo, en el paro. Puede tener un componente de lógica de origen: es difícil ser, en esa situación de desempleo, fallera mayor de la comisión. Y, por consiguiente, ser luego candidata.

Esto no quita para que sean varias „un total de nueve„, las que confesaron haber acabado los estudios y asegurar que «estoy buscando». Dicho de otra forma, que no han conseguido todavía incorporarse al mercado laboral. Datos en la mano, la tendencia mayoritaria está repartida a partes iguales entre las que ya tienen un trabajo estable y las que están estudiando. De hecho, supone la paridad absoluta: un 38,5 por ciento. Las que estudian incluyen aquellas que están realizando masters o prácticas, remuneradas o no, obligatorias.

Aparte de ese 10,8 por ciento que «está buscando» trabajo, hay otra cantidad, un 12,2 por ciento, que sí que está trabajando, pero en empleos eventuales, no planteados como su proyecto de futuro, sino como una ocupación transitoria. Hay algunas de las candidatas que se integran en dos de los grupos: las que estudian y hacen algún trabajo ocasional. Estos empleos son, normalmente, empleadas en tiendas o dando clases particulares. Sobre todo entre las que estudian también hay un segmento que ha aprovechado el año de fallera mayor para dedicarse a un refuerzo académico, especialmente idiomas, y centrarse más en disfrutar de su año especial.

Administración, magisterio...

De las que ya están trabajando, una parte importante forman parte del segmento laboral más habitual en la ciudad: estar sentadas frente a un ordenador: administración en empresas con un variado grado de especialización. Pero si hay un empleo que se repite de forma más sorprendente es el de la pedagogía: un llamativo número de ellas trabajan en educación infantil o especial. En tercera posición está la enfermería. En este caso, las candidatas confiesan que aún quieren más y no son pocas las que están preparando oposiciones o el examen EIR. A partir de ahí, el abanico se ensancha.

Hay casos curiosos, como el de Eva Morillo, que confesaba haber sido «muy feliz» como dependienta hasta que hizo valer sus estudios de derecho para ejercer de procuradora. O el caso de María Pérez, que empezó a trabajar de fisioterapeuta el mismo día de su graduación, o Arantxa Muñoz, que tiene su propia tienda de indumentaria valenciana. Somnis Valencians es su lugar de trabajo, una marca conocida en la ciudad como otras en las que están o han estado algunas de ellas: Mango, Consum, Peluquería Gloria Gabaldó, el Parque Infantil de Educación Vial de Gilet, colegio Sagrado Corazón, restaurante La Casota del Palmar, Espai Ripalda, Hospital de Manises, Ikea, orquesta Zenit, hospital Peset o Valencia CF. Una vez elegidas, no pocas tendrán que negociar permisos y excedencias para salvar el puesto.