Fernando el Católico-Ángel Guimerá es una comisión importante en la ciudad. Con bastantes fallas en Especial, con el que fue presidente más longevo de la historia (el recordado Eduardo Martí), la falla de Emili Camps, la de la portentosa dama de época de Azpeitia, allá por 1968, la falla del «Bunyol», la del poeta Manolo García y cinco cortesanas previas. Pero nunca han ganado un primer premio de falla tal como los entendemos ahora. Ha tenido que ser no a base de ninots, sino de una persona de carne y hueso, Raquel Alario Bernabé, cuando alcancen esa particular inmortalidad, al alcance de muy pocas comisiones. Es la fallera mayor de Valencia de 2017, la que llevará para toda la vida ese interesante latiguillo de «la fallera mayor de la Unesco» o, dicho de otra forma, la de año en que se declaró a la fiesta (se supone que así ocurrirá) Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

Era una de las favoritas, de las que estaba en la «pomada». Y desde poco después de las siete de la tarde, su vida cambió para siempre. «Esta vez no he ido al trabajo, pero he hecho vida normal. He estado con mi abuela, he bajado al Mercadona, luego ya me he puesto a arreglarme y ya estaba más nerviosa. Quería que llegaran las siete y media. Ha empezado a sonar el teléfono antes de que se oyera mi nombre. Ha empezado a moverse, pero no me atrevía a cogerlo». ¿Qué ha hecho para cautivar al jurado? «He sido como soy. No he querido ser algo extraño. He hecho mucho grupo y he tratado de ser como soy: sencilla y espontánea».

Desde la atalaya de sus 1,76 metros de altura ve un futuro nuevo tras pasar dos años en Bruselas finiquitando sus estudios de ingeniería, cuyo proyecto («Establecimiento de Patrones de Movilidad en Población Trabajadora Mayor de 55 años») tendrá que aparcar más de lo previsto en los próximos doce meses.

«Me basaba en el jurado, a ver si veían alguna preferencia, pero han sabido disimular bien y no daban sensación de decantarse por una o por otra» aseguraba una joven que define el cargo no ya sólo como «una responsabilidad», como un ejercicio «de entrega absoluta. La fallera mayor no puede rendirse ni un momento».

«La Superfallera» puede estar dando sus primeros pasos. Sobre todo, porque así la definían los que la quieren. El futuro empieza con ella y con Clara en un año en que se debería hablar mucho de las fallas y para bien.