Raro es el año que las inclemencias meteorológicas no acompañan a la fiesta en algún momento. Pero una cosa es que caiga en los días previos, que conlleva como mucho la suspensión de una «mascletà» y otra es que lo haga en plena semana fallera, con las fallas ya arriba. Y tampoco es lo mismo un aguacero que una tormenta en toda regla.

El último año en el que el tiempo fue especialmente desapacible no es tan lejano: en 2015, desluciendo tanto la segunda parte de la Ofrenda como, sobre todo, la mañana del día 19. Ahí llegó lo que tanto se teme: la combinación de agua y viento. Que acabó por llevarse por delante algunas fallas. La más conocida, la de Nou Campanar, cuyo montaje Ekklesia cedió y se deshizo. Otras fallas como Aras de Alpuente o Tarongers-Politècnic también sufrieron daños.

Lo mismo sucedió en 2014, pero en esta ocasión pilló precisamente en los mismos días que en esta ocasión. Algunas fallas sufrieron serios daños como, por ejemplo, Ramiro de Maeztu-Leones. Y no fueron pocas las que se tuvieron que restaurar a toda prisa. La diferencia fue que en aquella ocasión fue una lluvia persistente, pero no tan violenta como se está augurando. Más allá de que el artista teme más al aire que al agua. Algunos años han sido especialmente recordados por las lluvias. Por ejemplo, 1974, cuando el ejército tuvo que desmontar el castillo de la cremà municipal y ésta no tuvo lugar hasta entrada la madrugada. O 1989, cuando cayó agua prácticamente los cinco días grandes, para amanecer el 20 con un sol radiante. En el año 2000 se produjo una precipitación enorme de agua pero a partir de las nueve de la noche del día 19, con lo que sólo fue la cremà el acto que se echó a perder.

El pasado año ocurrió lo mismo con el día de San José, en el que hubo que suspender la Cabalgata del Fuego después de la tromba de agua que cayó a la hora de la mascletà.