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Un paseo temático de los monumentos del centro

Año I después de Rita: el trono vacío del ninot irrepetible

¿De qué hablan las Fallas de 2017? Un paseo de cuatro horas por una quincena de monumentos pone de relieve la abrupta y total desaparición de la exalcaldesa, la ausencia de Ribó, la burla por la adicción al móvil o la condena al machismo

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Paseo temático por los monumentos del centro

Como un álbum de cromos sin Messi. Como un Tour sin Alpe d'Huez. Como un concierto de Viena sin Danubio y Marcha Radetzky. Como un thriller sin asesino. Como Saber y Ganar sin Jordi Hurtado. Como una misa sin hostia. Com un arròs sense oli, que diría Botifarra. Ese sentimiento de orfandad, esa sensación de silla vacía en la primera Navidad sin el abuelo, de nido vacío cuando se independiza el hijo único, es la que persigue al mirón de estas Fallas. Falta algo. Falta alguien. Falta ella. Su traje rojo, sus tacones, su collar de perlas, su pelo cincelado, sus dientes inconfundibles, su aura de poder. Nacida para la vara de mando, el balcón fallero y el ninot, Rita Barberá llegó a ser para muchos monumentos lo que la pólvora y el bunyol es para la antigua fiesta de l'estoreta vella: un sine qua non, algo inseparable.

El año pasado la azotaron en los cadafals a base de caloret una vez ya había sido destronada y no decidía presupuestos. Este año, las Fallas no la han despedido tras su repentino fallecimiento hace cuatro meses. Y eso, lo que no está, el vacío que deja un ninot icónico para una generación de valencianos, es lo que más sorprende en este largo paseo de cuatro horas por casi una veintena de monumentos del centro de València en la que Ella no aparece ni una sola vez en un ninot o una mención. El vacío total. Una despedida sin sátira ni llamas.

El trono político no ha sido reemplazado. En los monumentos manda la política nacional. Ahí está la Falla Conde Salvatierra-Cirilo Amorós. Gira en torno a Shakespeare y su teatro multigénero. Para Drama, las ideas de Grezzi y la corrupción. Para Comedia, las del carril bici y la era Trump. Para Tragedia, la violencia de género y los refugiados. El teatro nacional presenta a sus personajes: Mariano Rajoy pisotea triunfal el cadáver decapitado de Pedro Sánchez mientras Pablo Iglesias barre votos con una escoba. «Que es deixen de mala oposició: aquest país no és un teatre. Senyors, açò no és Eurovisión quan actua Chikilicuatre». Cerca de ellos, Teatres de la Generalitat presenta a Ximo Puig y Mónica Oltra en Amors impossibles, mientras que la compañía La Tercera Edat sube a las tablas una obra con Joan Ribó y Manuela Carmena como protagonistas: Amor al consistori.

En el año de las repeticiones electorales y las negociaciones, las Fallas han ajustado cuentas. La impresión de la política que queda reflejada es nefasta. Muchos coinciden con la cabeza cortada de Pedro Sánchez. En Convento Jerusalén muestran a Felipe González con la testa de Sánchez en una bandeja (algo parecido hacen en Isabel la Católica-Cirilo Amorós) y las siglas del PSOE cabeza abajo: «Felipe va ser infidel, i a la caixa porta el cap, de Sánchez decapitat, per ser al discurs fidel».

Cerca de ellos, y con ambiente indio, se oficia la «boda entre castas»: la andaluza Susana Díaz, vestida de sultán, toma de la mano a Rajoy, ataviado de novia mora. ¿Quién lleva las arras? Un entusiasta Albert Rivera. «L'especialista en aliances porta orgullós els anells: un 'ciutadà' ben templat que està orgullós d'ells».

Al público le hipnotiza un pequeño Gabriel Rufián, el de ERC, convertido en Cupido con alas pintadas de colores independentistas. Hay una chica de 24 años que no lo mira. No puede. Es Nadine Schmid, una invidente austriaca a la que sus padres acercan a los ninots para que los toque y pueda hacerse una idea. «Me parecen muy frágiles. Me puedo imaginar uno, pero no el conjunto. ¡Ojalá hubiera una maqueta pequeña para poderla tocar!», suspira. El olor a pólvora, el ruido de petardos o la música de banda y verbena son para Nadine las coloridas y majestuosas Fallas.

El «chupadinero» de Montoro

La política autonómica sigue sin despegar en los cadafals. Quizá Mónica Oltra, con algún ninot, y Ximo Puig, más en retratos que en ninots. Sin embargo, algo tan árido como es la financiación autonómica se hace hueco en el monumento de la falla Sant Vicent Màrtir-Periodista Azzati. En pleno ambiente veneciano, un Cristóbal Montoro con vestido de chulapa madrileña va chupando la sangre económica de los valencianos de una manera metafórica. Engulle agua de València, con una pajita rojigualda, de una naranja que lleva impreso el emblema de la Generalitat. La naranja la pisa la garra de un león de bronce del Congreso. «Actuant com una esponja i tenint bon apetit, va xuplant des de Madrit tot el suc de la taronja. Molt li agrada esta beguda de taronja escorreguda».

Si de las Corts solo se acuerda uno al cruzarse con Enric Morera cerca del ayuntamiento («què fas ací?») y el Consell sigue en horas bajas falleras, tampoco hay rastro del presidente de la diputación Jorge Rodríguez. Hasta ahí, normal. Pero es extraño no ver apenas ninots del alcalde Ribó, como el que va en monopatín, por su proyecto peatonalizador, en la falla plantada ante el Portal de la Valldigna. Es el único que asalta en todo este largo recorrido. Unas Fallas sin alcalde.

Es curioso: de la omnipresencia de Rita se ha pasado a un alcalde cuyo protagonismo roba, sin duda alguna, el concejal Pere Fuset. Una escena satírica, en la falla Sant Vicent Màrtir-Periodista Azzati, sienta a Fuset en una cita romántica de First Dates junto a la poeta Ampar Cabrera, la escritora del valenciano no normativo cuyos versos sembraron la discordia lingüística. «La seua cita el sulfura i el sopar se li entravessa. Ni la vol com a poetessa, ni la vol vore en pintura. La votació que ha guanyat és la d'eixir reprovat». Al lado, un Rat Penat alicaído languidece encadenado a las subvenciones. Otra de Fuset (de las muchas que asaltan): En la falla Isabel la Católica-Cirilo Amorós le entregan el diploma del colegio de Harry Potter con cum laude en «encantaments i troles falleres», y licenciatura en «embelecs, artimanyes i trucs». Firmado: «Pere Fu-set i mig». Al lado, una pizarra con mala leche alude al «Gil-Museu» y pide copiar 100 veces: «No es un palo, es la falla municipal».

¿Política internacional? Debuta Donald Trump, con calzoncillos de la bandera americana en Convento Jerusalén y, a su lado, Merkel lucha con Marine Le Pen con Europa en jaque: «Lluiten en el naufragi per traure la nau a flot. Pero està tan trencada que la Unió anirà al clot».

Redes «asociales»

Hay mucha más política. Pero no todo lo es. Fluyen corrientes temáticas más o menos subterráneas que surcan los monumentos. Una son las nuevas tecnologías. En la Falla Alfons el Magnànim, un gladiador romano con espada en mano recuerda cómo es la realidad 2.0 con el dedo acusador de Facebook: «No cal que et talle el cap; sols baixant el dit puc fer que acabes tot avergonyit». Un hombre musculoso pide que le pongan me gusta a su foto mientras otra figura se burla de la futilidad de esa manía contemporánea de la vanidad y el narcisismo: «Una imatge immortalitzada, una imatge qüestionada. Likes a favor, likes en contra, per al final acabar oblidada».

En l'Eixample, la falla que homenajea a Shakespeare lamenta la virtualización de la vida: «Com han canviat els temps! Abans no teníem ni televisió, i ara sense les xarxes socials no sabem entaular conversació». Al lado se yergue Hamlet, que en vez de una calavera sostiene la manzana tecnológica de Steve Jobs y se formula el dilema ontológico de hoy: «Ser o no ser: Apple o Samsung». Esa es la cuestión.

Otra cuestión con tintes apocalípticos y hectolitros de nostalgia se plantean en la falla Tossal-Bolseria. Allí cuestionan la deriva de las comisiones falleras con un ninot gigante de un fallero con cubata en mano y pendiente en la oreja. Primer aviso: «Anhelant aquella plaça tota plena de fallers, recela per l'amenaça dels que diuen ser festers». Segunda advertencia: «Les falles de hui en dia en el temps han canviat, i ara prima l'alegria i el fester sense trellat». Justo al lado, una mujer mayor aguarda sentada con la barra de pan en el regazo. Se llama Mercedes. Tiene 86 años y vive en este barrio desde que llegó de Tarragona con 25 años y recién casada. Ella asiente al mensaje del cadafal: «Antes las Fallas eran más familiares, era más bonito», asegura.

Pero no todo, ni mucho menos, es mirar al retrovisor. Un ejemplo es la falla de Blaqueries. Versa toda sobre la violencia machista. Impacta ver el ninot de un maniquí femenino rodeado de cadenas y un mapa manchado de sangre machista. «El seu marit era un cabró, li pegava sense miraments. Després li demanava perdó apelant als sentiments». Muy cerca, en la Plaça dels Furs, emerge un cuerpo de mujer sin cabeza que parece una máquina de engendrar. Los espermatozoides a la carrera saltan «obstáculos»: Iglesia, vientre de alquiler, pareja de hecho, aborto, anticonceptivos, adopción.

Y si la preocupación por las pensiones y la jubilación inquieta en la falla Linterna-Na Robella, en Comunión-Sant Joan miran el desempleo juvenil, con un joven de la Politècnica, petate bajo el brazo, que mira sus míseras alternativas en una señalítica: casa dels pares, estudiar més, aprendre un altre idioma, votar a Trump. «No té faena el xicon, però és que ni de becari. I busca per tot el món treball d'universitari». Desasosegante. Como unas fallas sin Rita.

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