El petróleo, el rosa bebé, el celeste, el burdeos, el blanco, el berengena, el turquesa, el malva o el gris 'argent' llenaron ayer de color el Huerto del Museo de la Seda de València, en un despliegue de indumentaria y tejidos para reivindicar la calidad que ofrecen los profesionales valencianos. El entregó los certificados de autenticidad de unos 165 vestidos elaborados en seda valenciana (estrecha o brocatel) y, como novedad, otros 15 espolines (lo que no se realizaba desde 2004), a sus propietarias, la mayoría falleras. Y lo hizo con la colaboración de las indumentaristas y de los principales fabricantes que fueron entregando estas distinciones.

El presidente de la institución, Vicente Genovés, esgrimió que los certificados tienen la función de "autentificar, potenciar y proteger" la seda valenciana, respecto a las "imitaciones que vienen de fuera", ya que es un símbolo de "reivindicación cultural, tradición e historia". "En estos tiempos, tenemos como valencianos la obligación de defender lo nuestro y la seda está en nuestro ADN", añadió Genovés, al tiempo que definió la seda valenciana como "única e inigualable". El presidente destacó también que el reconocimiento de la Unesco a las Fallas lo es también a la tradición de la seda valenciana.

Por el pasillo y hasta el escenario desfilaron ayer unas 180 falleras, que abarrotaban el patio junto a sus familias. Cada indumentarista entregó sus distinciones, acompañada por los fabricantes de los tejidos. Entre las participantes estaba la fallera mayor de València 2017, Raquel Alario, a la que certificaron su espolín modelo árabe de color rosa, fabricado por Català. También un grupo de componentes de las cortes de honor mayor e infantil recibieron el sello para sus vestidos de seda valenciana de Català, confeccionados por la indumentarista Amparo Fabra.

El broche de oro de la noche lo puso el reconocimiento a todos los espolines que ayer confluyeron en el acto.