Y hasta aquí llegó lo que tenía que llegar: la cita anual con el Palau de la Música. Daniela Gómez de los Ángeles se convirtió ayer en la fallera número sesenta que se sienta en el trono de la fiesta a los acordes de la música con un recinto que no está concebido para esta celebración. Aunque mucho tienen que cambiar las cosas para que no continúe de esta manera: el Palau de les Arts tiene una sala, el Auditorio, donde se celebró la Gala de la Cultura, en el que el desfile de las cortes de honor y de la propia protagonista no es del todo ideal. Y la Sala Principal, que tiene más sensación de teatro, presenta dudas por el aforo.

En cualquier caso, son treinta años los que han pasado desde que se trasladó al recinto actual. Los padres de Daniela eran unos infantes cuando aquello ocurrió. Y ayer, su hija vivió el sueño que tanto persiguen cientos de niñas (y el doble de padres) cuando empieza el particular «reality», quizá demasiadas veces desmedido, que supone alcanzar uno de los trece lugares de privilegio. Un camino que empezó el día de su comunión, cuando se le dijo que el regalo paterno era ser fallera mayor de su comisión, Santa María Micaela. Y de aquello, peldaño a peldaño, a la "cadira". Para prestigiar el cargo bajo la advocación de una comisión, la suya única en muchos aspectos y todos positivos.

Acaba de esta forma esta particular cara del disco de la fiesta. El de la melodía de las falleras mayores y cortesanas. Que quedarán como hilo musical permanente mientras la atención se centra en nuevos ingredientes. Los ninots, sin ir más lejos, que abandonan los talleres pasado mañana, martes, camino de la Exposición.

Saltos imposibles

Tras el más que buen tono que tuvo el acto de Rocío Gil y las mayores, faltaba rematar el fin de semana con el de Daniela. No fue tan redondo si se quiere, pero tampoco fue nada desdeñable. El acompañamiento, por ejemplo, fue claramente de menos a más con la actuación de Dynamic, con un espectáculo con retazos que recordaban al Principito, la falla municipal de este año. Pero los gimnastas acrobáticos, cuando sacan lo mejor de su repertorio, son imparables. Y cuando llegó el remate, las evoluciones de nueve de ellos, de todas las edades, el público, incluyendo el infantil, con su innata capacidad para distraerse, disfrutó, a la vez que contenía la respiración con cada salto imposible. El resultado fue que, al acabar la actuación, los aplausos de acompañaron de un verdadero clamor.

El momento de las trece niñas se atiene al guión. Lo tienen ensayado y, a pesar de sus tiernas edades, lo cumplen a rajatabla. Son niñas que, desde hace un año y medio, han tenido contacto con pasarelas, recintos llenos de gente y situaciones que, se quiera o no, les han dado un punto de entrenamiento. Aunque para subir las escaleras del Palau para recibir la banda que las acredita nadie está enseñado. Pero lo hicieron y lo hicieron bien. Y así fueron apareciendo Lola Palanca, Nekal Martínez, Daniela Esteve, Marina Giménez, Paula Miquel, Aitana Gómez, Marta Estornell, María Querol, Aitana Piquero, Blanca Casabán, Vega Calvo y Alba Miquel.

Niña con traje oscuro

Y después Daniela, que para la ocasión se presentó con un color a contraestilo. Dícese un Azul Turquí. Es decir, una de las gamas más oscuras del mismo. Una de esas cientos de reglas no escritas en la indumentaria dicen que las niñas no suelen llevar colores fuertes u oscuros. Daniela llegó para ponerse lo que ella quiso, en tonalidades así de oscuras.

«No seais artificiales»

El listón que había dejado Ana Cuesta como mantenedora era muy alto. Y Marisa Falcó, además, ni tiene el verbo en público de la periodista (porque ella se dedica a otros menesteres académicos y artísticos) ni tenía el mismo público. El suyo era mucho más exigente por disperso: ese endiablado patio de butacas en el que unos niños prestan atención y otros están la a otra cosa, de tertulia, pelea o videojuego. La artista fallera diseñó una falla imaginaria con los elementos, reales o sentimentales, que van a vivir. Y puso en valor estas trece figuras infantiles, especialmente la de Daniela, «con un calendario por delante que asustaría al más dispuesto. Aunque las circunstancias lo exijan y el protocolo esté marcado, comportaos bien, pero sin ser artificiales. Que todos queremos ver a unas niñas alegres que se divierten y están contentas de representar a las falleras y falleros, quienes os dan permiso para cansaros. Vale tener sueño y se comprende que en algunos momentos estéis aburridas». Sabias reflexiones.

Con el temor a la tormenta todavía hubo tiempo de disparar el castillo, ir a la Basílica y celebrar los momentos vividos en un restaurante. La fiesta sigue su camino.