Andrea nació con la marcha fallera incorporada de serie. «Nací un 10 de marzo y lo primero que hice en mi vida fue ir a una mascletà. Nada más salir del hospital. Me cuentan que ese primer día, que fue el 15, consistió en ir al trabajo de mi padre para que me conocieran, cambiarme el pañal e ir al disparo». Algo poco convencional, lo que la predestinó, quien sabe, a acabar en una comisión poco convencional: Mosen Sorell-Corona. Corona, vaya. Aunque seguramente la predestinó algo mucho más cercano: «Mi tío es uno de los refundadores de la comisión». La rama paterna, porque por la materna «también fui fallera en Godelleta. Pero, a la hora de la verdad, donde he sido toda la vida es en el Carmen porque vivimos en Mislata y al final era demasiado trastorno y demasiado viaje. En Corona somos los de siempre, una familia con mayúsculas». No tenía especial prisa por ser fallera mayor, pero al final lo que lo marcó de verdad fue «serlo con mis primos de infantiles». Ya había sido infantil en el año 2005, también con una prima.

Corona 2018. «Salvar el Foc». Uno de los años en los que la «locura» de turno en la comisión era más sencilla de entender. Se quemó la falla de 2017, se rescató una brasa de la misma y ese fuego se conservó (se «salvó») todo el año para quemar la del ejercicio siguiente, una casa en la que estuvo viviendo su creador, Fermín Jiménez Landa, sobre obra de Manolo Martín, durante los cuatro días grandes de marzo. «Yo, como fallera mayor, fui la primera que tuvo ese fuego en casa? y lo sigo teniendo guardado. Está en una vela y en el calentador de agua. En casa, ahora, todas las velitas de cumpleaños se encienden con ese fuego». También pasó sus ratos en aquella casa-falla. «¿A que hacía calor? Me pareció una idea genial. Me enamoró desde el primer momento». Y con un valor añadido: que a pesar de ser «raritos», en Corona no reniegan del falleramayorismo. «Para nada. A mí me gusta mucho cómo tratan a la fallera mayor: sin excederse y sin quedarse cortos».

A todo esto, ¿a qué se dedica? Entre risa y risa, contagiosa a más no poder, resulta ser «la última adquisición» de la firma Dolores Promesas, la rutilante firma de la calle Jorge Juan, donde ejerce de dependienta. «Más o menos estoy en lo que quería estar porque soy modista y también quiero estudiar asesoría de imagen. Me encanta la moda y me viene de familia porque mis dos abuelas eran modistas. De niña le hacía la ropa a las muñecas y desde muy pequeña ya ayudaba cosiendo botones y cosas así». Conforme supera fases, ella misma está protagonizando su particular creación, en versión fallera.