Es una sencilla pero, a la vez, pavorosa operación. Un taller de fallas maneja al mes un presupuesto de 3.171 euros para la realización de las fallas grandes de la ciudad y vivir. A bote pronto, la conclusión es sencilla: con ese dinero es inviable. Porque existe otro cálculo, realizado por profesionales del propio Gremio de Artistas, que dice que los gastos fijos, más un sueldo simplemente discreto del titular del taller, ascienden a 2.600 euros. Es decir, apenas habría 500 euros al mes para pagar operarios, el proceso técnico, transporte y el material con el que plantar las fallas. Imposible.

Y todo ello, a pesar de que las comisiones invierten, al menos oficialmente, casi seis millones de euros en las obras grandes que plantarán y quemarán el próximo mes de marzo.

El debate sobre la supervivencia de la profesión de artista fallero se centra en la imposibilidad de hacer cuadrar las cuentas. Que la relación entre lo que pagan las comisiones y lo que se planta no está lo suficientemente compensado como para garantizar un nivel de vida y una viabilidad profesional a los talleres. Es un debate que ha ocupado todo el año, bajo el paraguas de la campaña «Volem Falla», y en el que se ha reconocido, de alguna forma, una responsabilidad compartida. Es cierto que las comisiones, como generalidad, no hacen de la obra efímera una prioridad en su partida de gastos. Aún con el atenuante de los numerosos e incontestables gastos fijos que también tienen,

Y es cierto que los artistas, arrastrados por una competitividad desaforada, no son capaces de contener el gasto y plantan por encima de sus posibilidades en aras a continuar su propia precaria situación, cuando no miseria. Una pescadilla que se muerde la cola.

La cifra de 3.171 euros de ingresos es el resultado de una sencilla operación. Las fallas de València han declarado para 2019 un total de 5.784.591 euros. El número de talleres que las firman son 152. Si, además, se prorratea en doce meses, saldría esa paga mensual de 3.171 euros.

Puede parecer mucho, pero no lo es. Empecemos a restar. Ahí interviene el estudio realizado en la Ciudad Fallera, sobre precios de mercado y experiencias propias.

Los gastos fijos se cuantifican en 13.000 euros al año contando un alquiler o mantenimiento de nave (500 euros), autónomo (290), agua, luz y teléfono (130) y gestoría, impuestos y seguros (180).

El sueldo se estipulaba en 1500 euros brutos para cobrar, tras la retención, 1250. Doce sueldos, sin pagas extras. Son 18.000 euros.

La suma son 31.000 euros. Unos gastos mensuales de 2.600.

Con el primer peón, en pérdidas

Y así, con esos 500 euros de diferencia que quedan, hay que empezar a pagar. Mano de obra y material. Con primer peón ya se entra en pérdidas porque hay que abonar, según el convenio (a los artistas falleros se les aplica el del sector de la madera, elegido por considerarse bastante parecido), 1690 brutos para que cobren 1092 netos. Ya no puede entrar ni una madera ni una plaquita de corcho. O, como dice un artista fallero: «todo aquel que esté sobre esas cifras, si sobrevive, es porque hay algo que no está haciendo correctamente. Y eso, a pesar de la presión asfixiante que tenemos de Hacienda», indica.

Por supuesto que es una media, con infinitas oscilaciones. Pero la sensación actual es de que no hay casi artistas falleros titulares a los que se les pueda aplicar el concepto «vivir bien». O, simplemente, «vivir de las fallas», algo que, en décadas anteriores, sí que era posible.

¿Cómo sobrevivir? Se tiene asumido, de alguna forma, que la cifra de 5,7 millones aún no es la exacta de lo que pagan las comisiones, a pesar de que ha aumentado un 7,5 por ciento respecto al pasado año.

Habría que añadir, en todo caso, el resto de trabajos que salgan del taller: fallas en poblaciones, hogueras de Alicante y otras artes aplicadas, desde grandes decorados a simples letras en corcho para una boda. Los hay incluso que tienen un segundo oficio. Pluriempleo en roda regla. Ahí, cada profesional tiene su historia de alivio o miseria.

«Es una situación que no se ve en ningún sector productivo» aseguran en el sector profesional. «Y es verdad que nosotros también tenemos una parte importante de la culpa. Aquí, la competencia desleal lo es competir por perder más dinero». Una solución pasaría por una concienciación general para evitar que la profesión se hundiera en su particular cambio climático, que pocos se toman en serio hasta que no haya vuelta atrás.