De blanco, color de los grandes acontecimientos, tejido en los telares de Vives y Marí (que este año han hecho el pleno de espolines). Blanco roto que no rompe más que la torrentera de felicidad que debe tener Sara Larrazábal. Una fallera mayor infantil «mayor», de las que pasará más pronto que tarde al censo de adultos, y que con la imposición de la banda remató su particular verdad. La de que se puede ser fallera mayor de la ciudad desde una comisión pequeña, alejada de fuentes de poder y familiar. José María Bayarri-Los Isidros, creada hace apenas un cuarto de siglo, y que contaba ya con varias falleras en la corte (la última, Nuria Olivares, ayer ayudaba en la imposición de bandas de la corte) y que continúa su particular idilio con la felicidad. El mismo que hay en casa de los Larrazábal Bernal y en el de las otras doce casas, las de la corte infantil. Ayer recibieron las bandas, la última pieza que les faltaba para decir a todo el mundo, si es que quedaba alguien por enterarse, que son ellas las que ocupan los cargos de los más pequeños. Una corte, como Sara, bastante «mayor» en esta ocasión y que, seguro, dentro de una década volverá a ver pasar por estos pasillos a alguna de ellas, como Marina Civera el pasado viernes.

Con ellas finaliza el ritual de exaltaciones, que no cambia demasiado la rutina de derechos y obligaciones. No son más fallera mayor y más corte de lo que eran antes. Y, de hecho, da la sensación de que quedan muy lejos entre sí las fechas. Las embajadoras de la fiesta han completado ya la cuarta parte del reinado. Una fase de instrucción larguísima antes de su particular jura de bandera o banda. ¿Sería más lógico adelantar la fecha de las exaltaciones? ¿O retrasar, como antaño, la elección? ¿O al contrario: hacer el relevo más pronto? Si las exaltaciones, ayer la 62ª en el Palau prácticamente no cambian nada de un año a otro, difícil es imaginar que los rituales lo hagan, aunque se produzcan estas contradicciones. Al fin y al cabo, la única diferencia es que las cortes de honor ya tienen dos «uniformes» para seguir siendo el particular fenómeno social que, indiscutiblemente, son.

Y ayer era el día de los infantiles. Falleras aparte, lo mejor de la tarde fue el espectáculo. Con Dynamic se ha encontrado un filón. Aquellos que pasaron de dominar una disciplina menor de la gimnasia, la acrobática, decidieron un día aprovechar sus portentosas facultades para ofrecer espectáculos. Han pasado ya varias veces por el Palau y se superan año tras año. Ayer fue de escándalo. Seres humanos de goma, capaces de hacer los saltos más arriesgados y los equilibrios más inverosímiles. Y prueba de ello es que el público, incluyendo el exigente auditorio infantil, siempre preparado para inhibirse de los que está viendo y dedicarse a jugar con los aparatos electrónicos, durante la actuación los utilizaron, sin duda, pero para inmortalizar volantines y piruetas. Espectacular.

Es exigente ese público porque, como queda dicho, se puede «ir» en cualquier momento. Y eso fue lo que más sufrió el mantenedor, Javi Vilalta, quien, él sí, centró su discurso en quien hay que centrarlo; en este caso, en Sara, pero le faltó el punto de transmisión necesario para calmar a un auditorio que se agitaba por momentos. Y es una pena, porque en el texto había historias interesantes, incluyendo la personal de quien se sienta en el trono. Decimos que pasan las épocas y las presentaciones prácticamente no mueven nada su esquema. Tampoco el de decir encarecidamente a los mantenedores que prenda en ellos la semilla de la concisión. Ese mismo público, por contra, había guardado un respetuoso minuto de silencio por Julen antes de empezar el acto.

Se cumplieron los rituales. Ahora, la velocidad de la fiesta la tienen que poner otros maquinistas, los artistas falleros, que pasado mañana empiezan a llevar sus obras. La fantasía se quita la peineta y toma forma de ninot.