Una ciudad que late con un solo corazón, que siente el retumbar de todo un pueblo con el estallido de cada «masclet» y huele el humo de su pólvora, que disfruta del arte que completa y embellece cada barrio. Una ciudad que escucha, comparte y hermana. Y es que si algo son las Fallas es una fiesta de sentidos. Después de un año mirando de reojo el calendario, el tradicional «ja estem en falles» resonó con fuerza en el corazón de la Plaza de la Crida. Un anuncio que supone el despertar de algo más que una fiesta.

Ni un solo minuto de retraso se perdonaba ayer frente a las Torres de Serranos. Ya habían esperando bastante. Con las 20 horas en punto, más de media ciudad respiraba tranquila cuando el silencio y la oscuridad se adueñaron de la plaza. Habría que ser nuevo para no saber que estos eran claros signos del inicio de algo que llevaban esperando «demasiado tiempo», que dirían algunos.

El juego de proyecciones empezaba y los sentidos se agudizaban. Unas torres que se construyen de la nada y que cobran vida, más tarde, para empezar a latir. «El corazón de València», decían algunos. No se equivocaban. Las puertas de las torres se abrieron y permitieron recorrer, casi a vista de pájaro, los lugares más emblemáticos de la ciudad. Una ovación general fue más que suficiente para dar a entender que la idea había sido bien acogida por el público.

Con la emoción a flor de piel, solo faltaba una cosa; la llegada de las protagonistas de la fiesta. «Ya están subiendo», decían nerviosos los miembros de las comisiones de ambas, quienes descubrían que el vestido elegido por la fallera mayor era en esta ocasión un «espolín reina» de color rosa pétalo. Ya sabían qué tenían que hacer: subida de pancarta y a corear sus nombres. Un apoyo abrumador que envalentona a cualquiera.

Así ha sido la Crida 2019

Así ha sido la Crida 2019

Recitar todo un discurso delante de decenas de miles de personas no es tarea sencilla: el torrente de sentimientos hizo que más de una fallera de la corte rompiese en llantos. Que más de media ciudad esté dispuesta a escuchar sus palabras puede ser abrumador, pero lo cierto es que Sara Larrazabal, la protagonista infantil de estas fiestas, no titubeó ni un segundo. Al contrario, su discurso se vio marcado por reivindicar la voz de los más pequeños: «Los falleros infantiles no solamente somos el futuro, sino que también somos el presente, porque las fallas no serían lo mismo sin nosotros». Por su importancia en estas fiestas, Sara pidió «dejar participar a los niños falleros en la elección de nuestros monumentos infantiles, patrimonio de la infancia fallera».

Y Marina Civera recuperó el espíritu que le ha marcado desde su nombramiento: poner en valor a cada una de las mujeres de su corte: «Son la esencia y el reflejo del gran papel de la mujer en nuestra fiesta y en nuestra sociedad y que, con todo su corazón representan y transmiten el mensaje del pueblo valenciano». Un pueblo «inclusivo», lleno de «tolerancia» y embajador de la «solidaridad», que «protege la lengua valenciana» y que recuerda «a los que están fuera».

Si la frase funciona y es profunda, ¿por qué dejarla en el olvido? Como la extraescolar de Daniela el año pasado, Marina recuperó una máxima: «València y las Fallas son siempre una buena idea», como dijo en inglés en la convención de la aviación regional. Y otra: decir que los falleros son «tanto profesores como alumnos de nuestra fiesta, enseñando y aprendiendo cada día». Hace menos de una semana lo decía en la Universidad de Salamanca, en el viaje del Extra de Fallas de Levante-EMV (permítase el «spoiler»).

De nuevo, Marina, todo aplomo (pocas falleras mayores transmiten tanta seguridad en lo que dice o hace), advirtió que las puertas de la ciudad permanecerán siempre abiertas, dando la bienvenida a València en varios idiomas. Y recordó que si algo pueden ser ejemplo los falleros es «de proteger e impulsar todo aquello que nos hace únicos». «Sois parte de una fiesta que no tiene límites, que es arte e historia viva, que quiere sus raíces y trabaja su presente... Porque ser fallero nos hace grandes, porque ser fallero es historia».