Como un preludio a lo que espera este año, el primer petardo prendió la mecha de las ganas porque la fiesta más grande de la ciudad inundase de nuevo sus calles. Y así fue, como si nada hubiese pasado durante los meses pasados, las calles del centro de València volvieron a abarrotarse de quienes no podían esperar ni un solo minuto a respirar de nuevo el olor a pólvora que impregnó la plaza del Ayuntamiento con el «terratremol final». Borrón y cuenta nueva: las dos del mediodía y un sol abrasador paliado por canciones populares que hacían frente a la ausente música de megafonía, una lata de cerveza en cada mano y, en la otra, un puñado de pipas. Gafas para protegerse del sol y un sinfín de músicos que, después de tocar «El Fallero» para la corte, evitaban como podían del calor tapando sus cabezas con la misma partitura que, minutos antes, les sirvió de tanto.

Distintas voces, pero mismo mensaje: «Senyor pirotècnic, pot començar la mascletà». Ayer, Rocío y Daniela. Hoy, Marina y Sara. Era el momento de entonar ante una plaza repleta (y en un balcón ocupado únicamente por sus familiares, la única vez que lo podrán hacer) el tan esperado mensaje dirigido a Jose Manuel Crespo (Pirotecnia Valenciana), responsable de la mascletà que ayer hacía retumbar toda la ciudad.

La mecha prendió y los primeros petardos explotaron en lo alto de la plaza. Una mascletà sin ornamenta, pero contundente, que pretendía abrir boca ante lo que queda por llegar. El final se mantuvo en la media de las expectativas. Un terremoto de emociones por el que muchos no pudieron más que ponerse a saltar.

¿El mejor indicador para saber si una mascletà ha sido realmente buena? Fácil: esta vez los aplausos estallaron incluso antes de explotar el último petardo.