Con un claro objetivo, «que valga la pena», afrontó ayer la Ofrenda la Falla Grabador Jordán-Escultor Pastor. Y es que, como cada año, el festejo floral pone fin a 365 días de «dulce espera». Son pocos los segundos que la comisión de falleros puede compartir con la Virgen, un cara a cara lleno de emoción para el que se preparan durante horas.

El día comenzó pronto, los despertadores sonaron antes de las ocho de la mañana. En las peluquerías y centros estéticos del valenciano barrio Fuente de San Luís el ritmo de trabajo fue frenético. Las falleras querían lucir perfectas en su encuentro con la patrona de la ciudad y el tiempo apremiaba. Ocho autobuses aguardaban a la comisión de Quatre Carreres para dirigirla a la encomiable cita. «Hoy tardas más en arreglarte porque te vistes con el mejor traje y necesitas ayuda para ponerte la mantilla», afirmó Tamara Soler, fallera de la comisión «de toda la vida». A contrarreloj, todos y todas se reúnen a las 14:00 horas en la calle que le da nombre a la comisión, desde allí iniciaron una marcha hacia las casas de las falleras mayores. Entre aplausos y tracas, Nerea Cabellera no pudo contener la emoción ante el cálido recibimiento de su Falla. Estaba a punto de presentarse ante la «Mare de Déu» como fallera mayor de su comisión, un momento «muy especial» que, como ella misma aseguró, esperaba desde el comienzo de las fiestas. Se levantó pronto, su casa se convirtió en un punto de encuentro en el que no faltó ningún miembro de su familia. «Solo he podido desayunar un zumo de piña, tengo el estómago cerrado por los nervios», explicó.

Ya en el Paseo de la Alameda, la comisión formó las filas con tanta rapidez como entusiasmo, todo estaba dispuesto para emprender la noble andadura. Mientras tanto, los más pequeños descansaban sobre los hombros de sus padres, las niñas se sentaban en el suelo. Ellos bailaban acompañando a una banda musical que no paró de tocar. Los más mayores se ajustaban los fajines y ellas centraban las manteletas de las faldas. Bajo de estas, los bolsillos de las enaguas guardaban botellas de agua y paquetes de rosquilletas. Se intuían unos pies inquietos que no podían permanecer estáticos, quién sabe si por los nervios o por el dolor de los tacones. «Un poquet de cassalla per als nervis», espetó un fallero de la comisión.

Pasadas las cuatro de la tarde, emprendieron el camino hacia la Paz. Una calle que recibió a la comisión entre aplausos. Al grito de «guapa», Nerea ladeaba su cabeza primero a la izquierda y luego a la derecha, capturaba cada rostro y sensación sin perder la sonrisa. En su cabeza, su abuela. «Le habría encantado verme desfilar como fallera mayor», admitió emocionada. Cruzó la plaza cuando el reloj marcó las cinco, «es muy fugaz, hubiese parado el tiempo en ese instante». De nuevo, ocho autobuses la devolverían a su estimada falla con la plena sensación de haber podido cumplir su sueño «gracias al sacrificio de mi familia y amigos».

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