Si negarse a conocer nada al margen de la propia experiencia y permanecer deliberadamente encerrado en el propio medio de origen es un «indicio de barbarie», reconocer la pluralidad de grupos sociales y de culturas humanas forma parte de la civilización. El novelista Goethe hablaba así de los diferentes niveles en la escala de valores sociales. Una filosofía que, entre otras cosas, persigue la innovación cultural más allá de tradiciones y de lo estéticamente aceptado.

Y así, siguiendo esta lógica, son cada vez más las comisiones que deciden dejar a un lado prejuicios para innovar en los monumentos falleros. No por repulsa a lo clásico, sino porque confían en la necesidad de renovar, reinventar la cultura y crear nuevas formas de crítica y sátira sin caer en prejuicios por tratarse de un tratamiento distinto al tradicional de la festividad. Y es que obvian las estructuras a las que se está acostumbrado por nuevas formas de entender tanto la forma de los monumentos, como su grandaria o el material con el que estos son construidos (algunos de ellos desechan el corcho para volver a la madera y el cartón, una manera de reducir el choque medioambiental cuando durante la noche de hoy todos ellos sean reducidos a cenizas) o la temática.

Se trata de fallas de innovación y experimentales que denuncian que la esencia de la festividad «se está perdiendo», que es «más importante cómo de grande será nuestra casa tribal (la carpa) que cómo será la falla», pero que si esta «muere, nosotros, sus hijos, desaparecemos como clan». Lema del que surge «Totem», la falla de la comisión de la plaza de Jesús.

Como esta, la experimentales son fallas que reivindican que lo diferente no debe ser señalado y desestimado por la «otredad». Gritan, a través de una escultura estática, que se acabe ya con la diferenciación de clases por motivos de género, de orientación sexual u origen. Que existe la obligación moral de no permanecer impasibles ante la muerte de quienes cruzan el Mediterráneo cada día para llegar a Europa. Y que no se debe olvidar la solidaridad que movió a medio mundo con la imagen del cuerpo sin vida de Aylan en la costa europea. Hace ya más de tres años de ello, pero la comisión de la ciudad del artista fallero ha querido hacer un homenaje. Representado como un niño sin rostro, la reivindicación no se centra únicamente en su recuerdo, sino en el de todos aquellos que, como el pequeño, pierden la vida por la necesidad de huir de sus hogares y la consecuente inseguridad y peligrosidad de las rutas migratorias. El lema, «Igualdad, libertad y fraternidad», está dedicada a la integración de las personas migrantes que, entre otros motivos, huyen por motivos de orientación sexual condenados en muchos países.

Y entre la oscuridad de la discriminación se alza una figura blanca, pura, portando el símbolo LTGBI como la luz que «ilumina la convivencia y el respeto». Se trata de la falla de la comisión de la Universitat Vella que, bajo el lema «Quid? (¿por qué?)», habla a todo aquel que la visita del «respeto a las personas víctimas de la intolerancia, del autoritarismo, la xenofobia, las actitudes homófobas y la violencia de todo tipo».

Como aquella que se ejerce sobre la mujer solo por el hecho de serlo. Una violencia que este año copa el protagonismo en las fallas experimentales. Como en el caso de la de Micer Rabasa o la de Borrull Socors. Esta última, aprovechó algunos de los carteles utilizados en la histórica manifestación del 8 de marzo como parte de la «decoración» de una iceberg que hace las veces de casa. Un hogar que deja las puertas abiertas para que cualquiera pueda ver la sangre de la violencia machista derramada en espejos o en el propio lecho.

Una alegoría a que la violencia machista en ningún caso es doméstica, sino que convierte a toda la ciudadanía que la permite en participante y, en caso de no denuncia, cómplice. Una falla que, bajo el lema «ab100s, pre100s, inNO100s», apuesta por el iceberg en la expresión gráfica del proyecto para hablar de todas las violencias que «no se ven» pero existen. Como la ablación, los matrimonios concertados o las violaciones. Temas sobre los que vira la falla de la comisión Micer Rabasa, quienes bajo el lema «La única sangre» situaron un útero gigante en mitad de la calle del barrio de la Raïosa. Porque, como dijo su artista Amparo Ordaz en Levante-EMV, la de la menstruación es «la única sangre que las mujeres deben derramar".

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