La aritmética del proceso de elección de la fallera mayor de València es desalentadora tal como está montado en estos momentos: ahora hay 73 falleras que tienen una cierta relevancia. Son «preseleccionadas». Pero el próximo sábado, eso se desvanecerá: 60 de ellas, nueve de cada once, volverán al anonimato de sus comisiones y sólo trece de ellas podrán vivir de verdad el codiciado cargo, sea corte de honor o fallera mayor, que les permite durante un año vivir la fiesta de una forma impensable, en una primera línea, casi exclusiva.

El jurado que tiene que elegir pri mero a trece y luego a una, ya en octubre, se encuentra enfrascado en las pruebas. Tras las entrevistas personales que han hecho durante la semana, en estos días vienen las actividades colectivas para, entre debates, charlas, visitas y participación, tratar de desentrañar aquellas que más «inputs» transmitan. Y ayer las sorprendieron con una experiencia, aunque sea un simulacro de la misma: vivir lo más parecido al acto de proclamación. Todas ellas pudieron subir las escaleras (un momento mítico en el imaginario de las elegidas) y pisar el Salón de Cristal, dos de los tres elementos (junto con el hemiciclo) básicos en lo que es primer acto de las electas. Tras una visita al edificio municipal, el jurado tenía previsto darles otro «bonus track»: salir al balcón y que pudieran hacerse fotos. Otro espacio que, a partir del 1 de marzo, será no menos simbólico, pero al que sólo accederán trece.

«Deben aprender a valorar lo que están disfrutando ahora. Y en eso estamos insistiendo: pase lo que pase, esto también forma parte de la experiencia» comentaban el el jurado. Sobre todo, pensando que, a partir del día 21, y en parte por la sobredimensión que tiene el cargo, quedarse en puertas es especialmente doloroso.