Tradicionalmente se ha dicho, con notable dosis de razón, que el Museo del Gremio de Artistas Falleros es una colección artística más valiosa que la del Museo Fallero. Está compuesta por elementos rescatados de los archivos gremiales, de los propios talleres y, durante años, de una recogida más o menos metódica, más o menos anárquica, de figuras indultadas a criterio de los propios artistas. Con sus avatares: haber épocas en las que no recogías piezas porque no les cabían; desperfectos que sufrieron algunas a causa de las lluvias... pero resulta indudable que que tienen el valor de que, aunque sea de forma parcial, es una muestra mucho más variada de arte efímero, grande e infantil, que el de Monteolivete. Este último tiene el encanto de ser fruto del indulto popular. Pero todos saben, a estas alturas, que también ha derivado en un estereotipo de «ninot». Incluso las técnicas de construcción -ya que las piezas eran más antiguas- se echaron a perder por una restauración más que dudosa. Se quiere considerar que son muestras «complementarias», aunque estén una de otra a cada extremo de la ciudad. En Benicalap se pueden ver ninots modelados o diseñados por Julio Monterrubio, la saga Santaeulalia, Ortifus, Carlos Corredera, «Pepet»... hay figuras de movimiento, de las que hacía Rafael Gallent, que se han restaurado para que vuelvan a andar. Bocetos de tiempos inmemoriales, el Gulliver de Manolo Martín, maquetas de fallas emblemáticas y, sobre todo, los ninots. Porque son piezas que, en su momento, llamaron la atención cuando fueron expuestas pero que no responder al perfil de «indultable» los condenaba al fuego, pero que encontraron este particular indulto alternativo.

El caso es que convenio firmado con el ayuntamiento ha permitido no sólo lavar la cara al espacio, sino convertirlo en algo más apetecible de visitar. La reinauguración del museo, inaugurado en 1993, supone poner en valor sus colecciones. Pero también recordar las necesidades existentes. Los artistas están cansados de pedir las medidas para revitalizar su espacio. No pueden repetirlo más veces. Ayer, el maestro mayor, José Ramón Espuig, se refirió sólo a un aspecto: «que el bus turístic venga aquí y tenga parada». «Los artistas hemos demostrado ser capaces de gestionar los recursos» y es lo que también quieren: que la Ciudad, a falta de reformas urbanísticas, pueda ser gestionada como espacio recreativo y turístico. Que se puedan seguir haciendo talleres de un «construya usted su falla» para paquetes turísticos, pero también que esas fallas se puedan quemar. Crear un remedo de mini parque temático.

Pero hasta que llegue eso hay muchos más pasos por dar. Y ahí fue ayer el concejal de Cultura Festiva, Pere Fuset, quien lanzó el guante, anunciando que «voy a convocar a las delegaciones de Urbanismo y Patrimonio». Es necesario para dos cuestiones: proteger los usos de las naves, tanto para hacer fallas, carrozas o decorados como para actividades, por lo menos, similares, y desbloquear la parcela municipal y hacer el cambio de uso «para poder acometer, de una vez, el "espai de la festa"»; es decir, ese edificio que sea, o la sede de la Junta Central Fallera o el nuevo Museo Fallero, con claro favoritismo para lo primero. Por eso, el edil aseguró que «no es día de que los políticos nos pongamos medallas. Como mucho un pin». A la vez que alentó también al Gremio a explorar financiación «pero no sólo desde el ayuntamiento. Salvar esto ha de hacerse también desde los ámbitos estatal y europeo».