Se cumple en esta época los 30 años de la aparición, ya como fenómeno extendido en la fiesta, de las carpas. En pleno debate sobre los días que deben ocupar la vía pública, rescatamos el reportaje publicado en el Extra de Fallas de 2019

Hubo un tiempo en el que no había carpas en el universo de la fiesta. Toda una generación no concibe las Fallas sin ese espacio vital para desarrollar y celebrar los actos durante la semana grande. Pero es cierto. Tanto es así, que ahora estaríamos viviendo un particular «30 aniversario» del tiempo en el que estas instalaciones empezaron a aparecer de verdad en las calles y plazas de la ciudad.

Son elementos que, quiérase o no, son molestos. Culpables en buena medida de el movimiento «hater» hacia la fiesta.

Pero también son elementos que resultan indispensables para que las comisiones puedan desarrollar la fiesta. Indispensable para reunirse, comer, cenar, bailar o, simplemente, moverse. Un cuartel general en el que se alzan escenarios, barras, cocinas, excusados, sillas, mesas, decoración, haces de leña, cajas de botellas, neveras y, en ocasiones, piezas de las fallas o la falla infantil entera durante la noche.

La capacidad para conjugar las necesidades de los falleros con el normal desarrollo de la vida de la ciudad (dentro de la "anormalidad" que es una fiesta global de la trama urbana) es un punto de fricción desde hace tiempo. Y se ha visto en la elaboración de los Bandos de Fallas de los últimos años donde la cuerda se tensa por igual en uno y otro sentido.

Por una parte, los falleros, que piden el fin de semana previo (el conocido como "prefallas") para tenerlos ya habilitados, con las necesidades de días previos para su instalación.

Por otra, aquellos que no están integrados en la fiesta y que, con su perspectiva, no entienden que haya instalaciones en plena calle que están días completos sin ningún tipo de uso.

En 2020, la decisión ha sido sacrificar las carpas. No habrá durante el fin de semana previo y la ciudad no tendrá que soportar cinco días de construcciones prácticamente inhábiles. Pero en los próximos años, salvo los años "perfectos" de 2021 y 2022, también se impondrá que la ciudad acepte que haya uno o dos días con las construcciones en la calle sin usar.

Este particular mar de plástico y un poco de uralita es el resultado de una evolución natural de la fiesta y en ella confluyen dos elementos: esa necesidad de salir del casal durante la semana de fallas y la recuperación del espíritu de los "paradores" de los años sesenta. Ambas cosas vienen a converger en el segundo tramo de los años ochenta del pasado siglo para empezar a cambiar el panorama de la ciudad durante sus días grandes.

El repaso a la hemeroteca lo demuestra. Con la particularidad de que la palabra «carpa» no aparecerá hasta la década siguiente. De lo que se habla es de «barracas» y de «paradores». Curioso porque la palabra «barraca» es, décadas anteriores, el primer concepto de «casal fallero».

Así lo explica el que fuera secretario general de la Junta Central Fallera, Josechu Rey de Arteaga, en una retrospectiva que publicaba (con el sobrenombre de Artemidoro II) en el año 1994. «Muchas comisiones decoraban su interior de manera tan económica como provisional y con los tiros de banderitas y farolillos de papel sobraba y bastaba. En el exterior se intentaba con unos cuantas cañas figurar la particular vivienda típica de la huerta sin olvidar la pequeña cruz en su parte superior. Y en este albergue festero se comía, se bebía, se cantaba, se bailaba y... se descansaba».

En los años ochenta, la fiesta evoluciona y el concepto «fiesta» (ese debate de "fallero" o "festero") empieza a empoderarse. Se acentúa la nocturnidad y, con ella, también el aumento del censo. Los casales se quedan pequeños, no tienen las condiciones mínimas para albergar ni las personas ni las actividades y entonces es cuando empezarán a aparecer las construcciones efímeras en plena calle.

Junto a este concepto, también pervive, pero de forma muy minoritaria, el concepto «Parador». Que, en esencia, podría decirse que es una barraca de alto nivel. Convento Jerusalén será la más destacada, rescatando su Parador So Nelo de toda la vida. En este periodo de tiempo no se instalará en su demarcación. Se hace itinerante -aledaños del Palau de la Música, La Hípica, Alameda Palace...- y con algun contratiempo incluida. Por ejemplo, como en 1989, cuando el ayuntamiento ordena su cierre cautelar por no disponer de los permisos. Aquello provocó una crisis galopante en el equipo de gobierno de Clementina Ródenas, puesto que el entonces concejal Enrique Real le puso sobre la mesa la dimisión, apenas unos días antes de Fallas.

La alcaldesa destacaba en ese momento que «no podemos abrir una instalación que no cuenta con las adecuadas medidas de seguridad. Aceptar otro tipo de planteamientos o presiones sería traer el caos a la ciudad».

El So Nelo fue, durante esos años, una reedición del parador sesentero, con la participación de estrellas de la canción ligera española y bailes de debutantes. También acogió algún acto oficial, como el 50 aniversario de las falleras mayores de València, celebrado en 1992. Después ya pasaría a su emplazamiento en la calle Guillem de Castro, donde ha permanecido hasta la adquisición de un bajo que cubre las necesidades de la comisión en la semana de fallas.

Otras comisiones también se apuntarán a este particular carro. La de l'Antiga de Campanar será la más reputada (y pervive como «carpa») y también lo hará Dr. Juan José Dómine-Avenida del Puerto. El «Parador del Puerto».

En estos tiempos se asegura en la comisión de Campanar que «València debe asumir estos días porque las barracas y los paradores son el futuro de nuestra fiesta». Porque empiezan a aparecer algunas protestas vecinales.

A este carro se apuntan entidades no falleras: emisoras de radio y colectivos como Alternativa Universitaria. Los titulares de la prensa refieren en no pocas ocasiones las polémicas por las autorizaciones.

En el Extra de Fallas de 1991 (véase que tampoco hace tanto tiempo), deja bien claro lo que está pasando en la ciudad: «la instalación de grandes "paradores" falleros la aire libre en diversos lugares de València vuelve a ser actualidad este año, el de la consolidación y resurgimiento de este tipo de instalaciones (...) Aparte de los "grandes", también han ido surgiendo en la calle, organizados por las comisiones, miniparadores con el montaje de las llamadas "barracas", que aparecen y desaparecen a lo largo de los barrios de València».

Prácticamente cada barraca nueva es noticia. Como cuando lo hace la falla Avenida de la Plata-General Urrutia. «Lo hicimos a partir del 25 aniversario. Y fue porque no cabíamos literalmente en el casal» rememora ahora su presidente José Antonio Arenas. Y recuerda que «entonces no había inspecciones ni cosas parecidas. Pedías el permiso de cortes de calle y ya está».

Las «barracas» es lo más parecido a lo que ahora entendemos por «carpa». Y fueron apareciendo de forma gradual. También el ayuntamiento tenía la suya, como así se referencia en 1987. Después existiría la carpa efímera para la cena de la «plantà», en el interior de la plaza, que se montaba y desmontaba en tiempo récord, entre «mascletà» y «mascletà».

El fenómeno irá creciendo. En el año 1993 es cuando empezará a quedar en evidencia el proceso irreversible: «La instalación de numerosas "barracas" aumenta la cantidad de calles cortadas». Obsérvese que se siguen llamando «barracas».

Pero el fenómeno es imparable. Lo relata Artemidoro II, Josechu: "Naturalmente que las comisiones tenían que recurrir a la imaginación para solucionar el incremento demográfico del 14 al 20 de marzo. Y la carpa, ya de lonas ignífugas o de metálicas placas, resulto de lo más funcional y práctico para albergar al personal cómoda y protectoramente. Los ciudadanos se quejan y se rasgan las vestiduras y se acuerdan de nuestros progenitores por la ocupación y el follón callejero. Pues que aprendan de los alicantinos y de los murcianos, que saben de la tolerancia con "foguerers", "barraquers" y "peñas huertanas". Lo que haga falta».

Esto lo escribió en el mes de abril de 1994. Tres meses después nacía Marina Civera.