Un grande de la fiesta baja la persiana de su taller. Pero en esta ocasión, afortunadamente, solo por una cuestión de edad. «Aguantaré hasta el mes de junio para acabar de dar clases en el ciclo formativo». Antes habrá quemado en marzo sus dos últimas fallas infantiles: Sant Antoni y Bolsería, la misma en la que debutó. Un proyecto en el que hará referencias expresas a esa primera falla plantada en 1976.

Está llegando al final de su camino la generación que daba sus primeras pinceladas en plena Transición. Como Almela, que iba para decorador y al que tratar de ganarse unos duros le llevó a la Ciudad del Artista Fallero. Tras pasar, entre otros, por los talleres de los Hermanos Sánchez o de «Pepet», la revelación le llegó de la mano de Alfredo Ruiz. «Vi su forma de trabajar, las posibilidades que ofrecía... y tanto él como Ana tuvieron la paciencia de enseñarme el oficio». Nada más llegar vivió las sensaciones de ganar un primer premio de Especial (Pilar, 1974) y a partir de ahí, la escalera de maduración fue natural: primera falla infantil; servicio militar en la Marina, debut en Especial infantil y estreno en grandes, estas dos últimas en 1980. Su primera grande fue José Benlliure-Teatro de la Marina «y al año siguiente ya planté en Primera B, en Castellón-Segorbe, donde me llevé el tercer premio». Y, muy rápido, en 1983 se presentaría en Primera A con San Vicente-Periodista Azzati, donde logró el segundo premio en su debut. Pero no sería hasta mucho más adelante, en 1999, cuando se estrenó en la Sección Especial. Su hoja de servicios en la máxima categoría incluye cinco fallas entre Avenida Burjassot-Padre Carbonell, Merced y Na Jordana.

Almela puede atribuirse ser uno de los primeros artistas que empezó a utilizar el «corcho blanco», aunque fuera de una forma muy diferente a las fórmulas tecnológicas actuales. Fue en Espartero-Ramón y Cajal del año 1988. «El año anterior tuve problemas con la "plantà". Era un león con unos volúmenes grandes y me dio problemas de carpintería». Había empezado a experimentarse con un material más liviano, y lo llevó a una falla muy estilizada, rematada por un artista fallero sentado. «La comisión se portó muy bien conmigo porque, a pesar de aquellos problemas, me renovó e hice esa apuesta. Me dieron el tercer premio y el primero de ingenio y gracia». También es uno de los pioneros en la llegada, más o menos masiva, de artistas falleros a las Hogueras de Alicante. Con Séneca-Autobusos y después «veinte años en Diputación-Renfe», donde obtendría numerosos primeros premios.

¡Ninguna victoria en grandes!

Premios. Bastantes victorias en infantiles. Y en fallas grandes, nada menos que 15 primeros premios de ingenio. Pero después de más de 34 años participando y 65 fallas plantadas... ni un solo primer premio de falla. Una espinita. «Sí: es algo que soy consciente que ahí se queda. He acabado por darle una importancia relativa». En el año 2012 plantó su última falla grande en Doctor Collado, la dedicada al aniversario de la Margot. Pero aún hubo una última en 2016. «Era la falla de Séneca-Yecla. Tengo muy buena relación con Rebeca Tomillo e hice una falla interrelacionada con la suya, que era la infantil».

¿Y a partir de ahora? «Me han ofrecido alquilar el taller. Pero no: seguiré viniendo por pasar el rato. Pintar, hacer ilustraciones... y tengo dos nietas».

Se marcha con la profesión en peligro de muerte. «Todo lo que se dice es verdad. Estamos en el "más por menos" más grande de la historia y la consecuencia es la que estamos viendo: la cantidad de compañeros que cierran el taller. Creo que hay que empezar a aprender a mirar otros caminos, porque los hay. En la escenografía, la decoración... ahí hay artistas falleros que trabajan y no paran. Hay que buscar por internet y saber moverse. Si eres bueno, vas a tener trabajo».

Vicente Almela lo verá ahora desde la seguridad del jubilado con 40 años de cotización. «Se me han pasado volando».