«Me dio las gracias y me dijo "creo que vas a ser el mejor mantenedor de la historia de las Fallas". Yo estoy muy satisfecho. Y sí: reconozco que es una paradoja, porque nada más empezar dije que el mantenedor es lo más pesado de una exaltación. Es cuando nos salimos a tomar una cerveza». Qué pocas veces un mantenedor sale jaleado de una exaltación. Ayer, en la Ciudad del Artista Fallero, coincidió con otra comisión, Norte-Dr. Zamenhoff, que visitaba el taller contiguo, y el que más, el que menos, le miraban. Se ha convertido en una celebridad. Y todo, por hablar a Consuelo Llobell y hacerlo... como lo hizo. «Primero has de ser agradecido a pesar de mi concepto de mantenedores». Y con otro añadido: su reconocida dislexia. «Llevaba unos papeles con los bloques y determinadas ideas». Y confiesa: «en uno de los bloques me equivoqué. Pero no me bloqué».

Ayer, sin perder su compostura tranquila, reconocía que ese atril «da vértigo. Yo doy conferencias en todas partes del mundo y en diferentes idiomas. Pero de cosas que controlo. Este es un mundo diferente. No quise ver ningún discurso anterior. No quería influencias de ideas. Otros pueden hablar del papel de la mujer, del Patrimonio de la Humanidad... yo, lo que quise hacer era algo propio. Pero también corría el riesgo de salirme demasiado de cualquier canon». Y su clave: «ser sencillo. En un mantenedor, todo lo demás es aburrido».

A la hora del hilo argumental, reconoce que se planteó: «¿Cuantas personas siguen la ceremonia, entre los que estaban presentes y a través de los medios? Busca la cifra que sea. Bien. ¿Cuantos conocen de verdad a Consuelo y a las chicas? El entorno familiar, sus fallas... pues consideré que yo debía ser el punto de conexión para todo ese público que no las conoce.

¿Recordaba a Consuelo del aula de medicina? «Terminó el año pasado. Y yo le dí mi asignatura hace nada. No teníamos una amistad, pero la recordaba. ¿La matricula de honor? Si, si, es verdad. Y no: no es normal lograrla. Por eso lo mencioné»

Reconoce estar feliz. «Es muy bonito formar parte de la historia de esta ciudad, aunque sea a escala de lo muy pequeño. Soy valenciano, me gustan las Fallas. No sé si para alguien de fuera puede ser, simplemente, una cosa más. Para mi no lo ha sido».

No cobró «ni se me habría pasado por la cabeza» y admite que, aparte de los aplausos con los que le interrumpieron, «los que damos conferencias valoramos más el silencio que otras cosas. Hay indicadores: con las interrupciones espontáneas, la gente está «hablando», está expresando. Y la otra es el silencio: es que te siguen. El peor indicador son los murmullos».

Se marcha feliz «porque he contado lo que hay que saber de trece falleras que merecen ser reconocidas. La corte y Consuelo».