Hubo un tiempo en el que la plaza del ayuntamiento se convirtió en un «protestódromo» en el que, recurrentemente, alguien hacía una reivindicación política o social. Años después, en el tramo final del mandado de Rita Barberá, aquello se convirtió en una locura desmedida. Media hora de abucheos, mucho después de que la alcaldesa abandonara el balcón. Un concierto de insulto, abucheo y pito que empleaban los actos falleros para la causa propia sin importar demasiado si a quien decían de todo fuera una alcaldesa o una niña de la corte infantil.

Aquello ya pasó. Algunos de los azuzadores están ahora en el poder. Otros han recuperado el puesto de trabajo. Y el empleo del disparo para reivindicaciones decayó notablemente en los ejercicios siguientes. Está el señor del cartel de cartón que insta a todos a hacer el amor todo lo que puedan. Y poco más. Por eso, ayer sorprendió, por inusual, el regreso de una pancarta entre la muchedumbre. «No a l'expansió del port». Sin gritos ni locuras. Asegurando que se está preparando una acción global pero, como se está presentando fragmentadamente, la ciudadanía, dicen, no es consciente de la destroza ambiental que supondría la ampliación portuaria. Entidades ecologistas y la asociación vecinal de Nazaret la sacaron a pasear mientras la gente estaba pendiente del disparo de Nadal-Marí y de aplaudir a sus responsables, que ayer ya lucían, como preludio de la jornada de hoy, camisetas de color morado.

Regresó, a la séptima, el concejal Pere Fuset. Lo hizo discretamente y tan sólo se fotografió muy al final. Un clásico es la presencia de Miss y Mister València entre el barullo general. En la calle, buena entrada. Seguramente no tanta como en otros sábados de Prefallas. Quiérase o no, algunos prefieren quedarse en casa.