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Cuando amasaron la Falla para una València hambrienta

El Gremi de Forners, en plena posguerra y presionado por el Régimen, tuvo que pagar el monumento de la Plaza del Caudillo - Costearon castillos, bailes y 3.000 cazuelas de 'arròs al forn' para los más necesitados

Cuando amasaron la Falla para una València hambrienta

orría la posguerra y, en un contexto de carestía, los panaderos valencianos aún tenían músculo para cumplir con la tradición. Era 1945 y todavía estaban digiriendo el desembolso por la compra de su sede, un edificio noble de la calle Gobernador Viejo escriturado una década atrás. No fue obstáculo para que en esos años se celebrara por todo lo alto el segundo centenario de la designación de la Santíssima Mare de Déu de la Mercé como patrona.

Con tanto esplendor en medio de la miseria, alguien en el ayuntamiento debió de pensar que su caja de caudales aún podía con más. Así que el alcalde, asesorado por un periodista, citó en su despacho al Mestre Major del Gremi de Forners, Francisco Sancho, para endosarle un encargo, revestido de «honor», que en el fondo no era otra cosa que un sablazo en toda regla: formar la comisión de la plaza del Caudillo y correr con los gastos de la falla, incluidos bailes, ágapes y todo exceso que llevara asociado la fiesta.La anécdota, que sobrevivió en la tradición oral entre los dirigentes del Gremi, ha sido rescatada ahora por Vicent Martínez, actual secretario general, quien con el vist i plau de la junta y la asamblea de socios, han decidido donar a la Associació d'Estudis Fallers el boceto de aquel monumento plantado, una lámina que custodian como un tesoro.

Según narra Martínez a Levante-EMV, hubo resistencia entre los horneros, que venían de afrontar meses de mucho dispendio. Las actas y documentos que recogen aquel episodio no tienen desperdicio. Sobre todo la asamblea en la que el Mestre Major tuvo que explicar a sus asociados la papeleta, el 19 de noviembre de 1945. Ese día, Sancho traslada a los más de 200 profesionales reunidos que ha «recibido el honor, que al propio tiempo que una satisfacción constituye una nueva preocupación: el hacernos cargo de la falla de la Plaza del Caudillo». «Este encargo fue una idea de nuestro alcalde», aclara el dirigente.

Según puede leerse entre líneas de ese acta, escrita con todas las precauciones a las que obligaba el contexto político, el Mestre Major justifica que trató de deshacerse amablemente de este 'honor' concedido por el alcalde de la Falange. «Se le hizo ver las grandes dificultades que tenía la industria en el orden económico, principalmente después de salir de las fiestas del centenario [para] empezar de nuevo el desembolso que supone una empresa de esta envergadura. Pero no hubo medios de convencer al alcalde y la junta ha tenido que aceptar en principios el compromiso», concluye.

No es difícil imaginar el apuro del Mestre Major ante el estupor de sus asociados. «Estima el Maestro Mayor que no hay medio de evadirse», continúa el acta. Quizá algún ingenuo pensó que era una decisión que se sometería a votación de la asamblea: «No existe la opción, constituye un compromiso ineludible», respondió Sancho.

No se sabe qué consecuencias tuvo para las arcas de la entidad esta imposición de las autoridades. Lo cierto es que, una vez metidos en farina, el Gremi echó el resto. Se implicó a todos los horneros de España, con la rifa de un horno industrial en la que participaron gremios desde País Vasco a Baleares. Para el monumento, se realizó el encargo a Regino Mas, el artista fallero más grande de la época. La falla que levantó recogía la picaresca que protagonizaba (o sufría) un colectivo que tenía el control del pan, pero que también ayudaba en años de apuros.

En una escena, por ejemplo, se caricaturizaba el cabreo que podía coger una mujer si, por accidente, la comida que llevaba al horno para su cocción quedaba en mal estado: «Si l'arròs ix empastrat, el forner, estropeat». O las trampas que podían sufrir los horneros de sus proveedores de leña o harina, que se pagaba al peso y que a veces llegaba mojada para elevar el coste. Pero hubo más que una falla. La documentación que ha rescatado Martínez incluye facturas como la del contrato de 20.000 pesetas con la pirotecnia Vicente Caballer, de Godella, para montar el castillo de la Nit del Foc. «Se le entregará al pirotécnico el 50% del importe contratado y el resto al día siguiente del disparo», explica el documento.

«Una vez asumido que esto se tenía que hacer, se vinieron arriba y entre todos, en San Josep, hicieron 3.000 cazuelas de arròs al forn y la repartieron entre la gente más necesitada de València, que en plena posguerra sería media ciudad. Es el detalle más bonito para mí», concluye el secretario general.

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