Lo mejor que se puede hacer, si los pensamientos no son halagüeños, es no pensar. O, por lo menos, disimular. Por eso, la sensación en el balcón, en el día de ayer, era de dejar pasar los minutos. Había sonrisas, había caras serias y había corrillos. Muchos corrillos. La sensación en cuanto hurgabas: «puede que ésta sea la última». Y así va a ser. Pirotecnia Tomás deberá esperar. Quedará Crespo como autor del último disparo del ciclo, a la espera de que los nueve que faltan puedan reubicarse en ese pretendido aplazamiento.

Y pasará a la historia como un disparo marcado por la poca gente. Bastaba asomarse por el balcón para darse cuenta de que la afluencia de público era muy, pero muy justita. Nada más pasar la mitad de Marqués de Sotelo ya se veían muchos claros. La ausencia del miedo. Se podía llegar sin problemas, se transitaba sin problemas y la gente escampó fácilmente. Es cierto que era un laborable, pero en cualquier otra coyuntura mínimamente normal, la aglomeración habría sido mucho mayor.

Resultaba evidente que la procesión iba por dentro. No es esa la causa por la que falleras mayores y cortes de honor abandonaron muy rápidamente esta vez el recinto de privilegio: tenían un acto en Capitanía, previo a ese acto sobre el que se cernían los mismos interrogantes a esa hora. En aquellos momentos, el concejal Carlos Galiana ya decía en LevanteTV que «el mensaje es el mismo desde el primer día: estaremos a lo que digan las autoridades sanitarias, tanto del ministerio como de la consellería. No tenemos competencias en materia de sanidad. Y haremos lo que nos digan». Por la noche le esperaba, seguro, el peor de los tragos de su carrera como político.

Estuvieron presentes, porque era su día, las representantes de las casas regionales. Y las fallas que rondaban el número cien en el censo. Hubo tiempo para algunas fotos con padres y madres y para celebrar el cumpleaños, doce, de Martina Bellver.

Ni siquiera tuvieron que trabajar especialmente los servicios sanitarios: seis atenciones. Tres lipotimias, incluyendo una en el propio balcón, y tres contusiones.

No hay duda: la «mascletà» es un acontecimiento dichoso. Ayer no: era algo raro. La interrupción es abrupta. ¿Hasta cuándo?