En los últimos años, la fallera mayor y la corte de turno aprovecha la Gala Fallera para marcarse una coreografía. Una forma de pasarlo bien y de mostrar que son mucho más que «floreros» y que jóvenes profesionales de más de 23 años en la gran mayoría de los casos, pueden hacer algo más que desfilar sin hablar.

Cuando empezó el baile de Consuelo Llobell y sus doce falleras, los que están al cabo de la calle se miraron. La música elegida era «I will survive», de Gloria Gaynor. Era mucho más que un baile. Era un mensaje subliminal. O un mensaje directo, directísimo. Era el grito por el que todas ellas aseguraban que se sobrepondrían a las adversidades.

El jueves, Consuelo Llobell hizo mención a ese lema con la esperanza de que, en algún momento, su mandato como embajadoras de la fiesta pueda, en algún momento, desarrollarse con esa normalidad que, salvo excepciones, han disfrutado todas sus antecesoras.

Un discurso muy bien estructurado, en el que no dejó sin mencionar a nadie, desde los enfermos al último de los sectores productivos, aderezado con dosis de emotividad, han permitido a Consuelo Llobell ganarse el respeto que, en los meses anteriores, no todos han querido concederle sin que ni ella misma haya entendido el porqué.

Las adversidades de las 13 falleras (extensibles en el tiempo a las trece infantiles) empezaron en la Fonteta cuando, un error de comprensión auditiva general privó a una de ellas, Marta Tejedo, de poder salir cuando le tocaba. Fue componente de la corte con unos minutos de retraso y no pudo disfrutar de ese momento, se supone único, de ser recibida en el pabellón como una de las elegidas.

Habría sido una anécdota, pero a partir de ahí, los acontecimientos se precipitaron.

Empezaron a ejercer una semana más tarde de lo que había sido norma en los tres años anteriores. Cosas de la capitalidad del diseño y la agenda del alcalde. Un retraso, si se quiere, intranscendente. Pero el nombramiento vino acompañado de un proceso febril épico, rozando los 40 grados. Acabó la proclamación tirada en el suelo de un pasillo del ayuntamiento, con las piernas levantadas buscando un poco de riego sanguíneo, totalmente derrotada por el virus, que la acompañó durante la primera semana. Consuelo estaba sobrepasada por esa mezcla que supone entrar en un mundo completamente nuevo y hacerlo sin un gramo de fuerza.

El problema no es estar enferma, sino lo que esto supone dentro de la rumoroteca que aviva Facebook.En el Extra de Fallas, ella misma dio su versión: «He oído todas las barbaridades que te puedas escuchar». Hasta que iba a dejar el cargo nada más empezar. «Nadie en su sano juicio se dejaría un puesto como éste. En la vida se me pasó por la cabeza dejarlo. En la vida se me pasó por la cabeza pedir menos actos».

Recuperada de salud, los sobresaltos llegarían muy poco después: las falleras, mayores e infantiles, se quedaban, durante unos días-horas, sin trajes oficiales, después de que la indumentarista tuviera que abandonar, sobrepasada por el exceso de trabajo, consecuencia de un concurso mal convocado. El mal fue, al final, menor, puesto que, simplemente, los trajes se estrenaron más tarde de lo previsto.

Ya llegaron al cargo sabiendo que la exaltación no tendría lugar en el mismo escenario de los últimos 30 años, el Palau de la Música. No fue lo mismo hacerlo en el Palacio de Congresos aunque el escenario desentonó mucho menos de lo previsto. Pero no tuvieron Palau. Aunque fue una exaltación muy brillante para Consuelo, a quien el doctor José Remohí supo poner en valor.

Parecía que las cosas empezaban a tener cierta normalidad, pero no fue así: el intercambio de fotos fue el telón de fondo para que el sector más cerril de un pretendido valencianismo la atacara con un ensañamiento inaudito. Simplemente, por incluir la palabra «gaudir» en su dedicatoria. Insultos que hicieron cuestionar al ayuntamiento si presentaba alguna denuncia por delito de odio y que llevó al alcalde a hablar con ella personalmente para darle apoyo.

Para entonces, la corte también sufría daños colaterales. Especialmente Helena Espert, que durante estas semanas se perdió varios días primero por un cólico nefrítico agudo, después por una infección en el pie y nuevamente por el rebrote del cólico. Durante los primeros días de marzo tendrían percances Marina Fagoaga y Martina Bellver, que dejó a ambas cojeando durante un día cada una.

Más recientemente parecía que las cosas empezaba a mejorar. Estuvo pletórica durante la visita que hizo, para el Extra de Fallas de Levante-EMV, en un escenario tan exigente como son Naciones Unidas. Ejerciendo la función de Embajadora con mayúsculas. Pero no: aún quedaban sobresaltos. En el tramo final de febrero vio cómo el que había sido su presidente y un apoyo moral, Pere Fuset, se tenía que orillar a un segundo plano.

Pero ahí no acababa todo. El manual de supervivencia aún era requerido antes del inicio del mes de marzo. El viento le impidió presidir la totalidad de la Macro Mascletà Vertical. Las 26 falleras vieron un buen disparo, pero no el deseado.

Y no sería lo último: el día 2 se suspendía una mascletà, la primera en tres años. Mientras, en uno de los momentos más esperados, la Crida, la mano de un técnico de sonido la llevó a maltraer mientras pronunciaba su discurso.

Antes de la plantà, la falla municipal tuvo una caída con susto incluido. En ese contexto, ya empezaban a llegar malas noticias. La fiesta intentó vivir con normalidad sus primeros días. El día 10, a Consuelo se la veía tensa. Se fue a casa con la corte y recibieron el mazazo. Acabaron en un casal en medio de la gran depresión. «Soy una persona que cree en el destino. Que si las cosas pasan, es por algo» aseguraba antes de la tragedia. Es probable que, en algún momento, le pidiera tregua al destino por lo implacable que está siendo con ella y con sus compañeras de viaje. Su discurso la humanizó y la hizo ganarse el aprecio que se le había negado. Pocas horas después, la secretaria de Relaciones Públicas de la Junta Central Fallera, Anais Lorente, escribía: «Hoy ha demostrado la grandísima fallera mayor de València y mejor persona que es. Le pese a quien le pese. Y a todas esas personas que durante meses habéis escrito y hablado auténticas barbaridades, hoy se os han desmontado todas. Como valenciana y fallera no puedo estar más orgullosa y agradecida de tenerla como máxima representante del mundo fallero».

El suyo, el de Carla y el de las 24 falleras de la corte será posiblemente el más recordado toda la vida. El de la supervivencia.