Plantar en 2021 una nueva versión de la falla municipal de 2020 o pasar página. Reencontrarse con la meditadora y su mascarilla o darle un final apoteósico antes de que llegue marzo. Esa cuestión va a aderezar lo que queda de tiempo en la actualidad de las Fallas antes de que llegue el parón veraniego. Por lo menos, hasta que se falle la adjudicación de esa obra.

En medio del debate sobre si repetir o no en 2021 la falla municipal de 2020, el "Açó també passarà" de José Ramón Espuig y Manolo Martín, el buceo por el archivo recuerda que algo parecido ya sucedió en su momento, aunque fuera acompañado por la desgracia en sus dos ediciones.

Se trata de un hecho insólito que se plantea ahora y que tiene su antecedente hace justo 50 años. Así, la plaza acogió, tanto en 1970 como en 1971, una misma falla: el Coloso de Rodas.

Hay que recordar que, en esa época, la "falla municipal" como tal no existía, sino que tenía su propia comisión (comisión de la falla de la Plaza del Caudillo), aunque desde su aparición en 1942 competía fuera de concurso y se convertía en la imagen de la ciudad por plantarse con todas las anuencias municipales en el centro de la misma. Era, sin serlo, la "falla oficial". Tenía su presidente propio, que no era el concejal de fiestas, pero no tenía fallera mayor, sino que se le atribuía a la de València. Una intersección extraña, pero que duró tres décadas y media.

En octubre de 1969 salta la noticia. Al año siguiente de que los hermanos Fontelles hayan plantado la reproducción de la Torre de Pisa, la comisión encarga a Octavio Vicent, la falla del año siguiente.

"Es el Coloso de Rodas, que en la falla tendrá una altura de 30 metros, manteniendo la antorcha de su mano, cara a todos los vientos y con los pies apoyados, uno en el peñón de Gibraltar y otro en Algeciras. Al ser descubierta la realización en escayola de dos metros de altura, los asistentes premiaron con un aplauso unánime al gran escultor, premio nacional, Octavio Vicent, que ocupaba un puesto en la mesa presidencial (...) Los asistentes se mostraron satisfechos con el proyecto monumental, que en manos del escultor señor Vicent, será, una obra de arte admirable. El presupuesto para la falla es de un millón de pesetas".

"No será una falla. Será un alarde"

"No será una falla. Será un alarde"

Poco antes de plantarla, en el mes de febrero, Octavio Vicent mostraba las virtudes de su obra en una entrevista en Levante-EMV:

"No será una falla. Será un alarde. 25 metros de altura y miles y miles de kilos de peso en dos puntos de apoyo: los tobillos. Y eso ¿es o no un alarde?"

Estaba muy confiado el escultor de su obra:

"Será algo diferente a lo hecho hasta ahora. Se le verá calidad artística, considerando la dificultad de la materia prima y el tiempo: me han hecho el encargo hace tres meses. Y aunque será una falla no cabe duda que, hecha por mi, tendrá ciertas cualidades. No cabe duda".

¿Qué pasó para que esta falla se plantara dos veces? Pues que el alarde sufrió un esguince de tobillo. El motivo fue mucho más banal que una pandemia: la falla se destrozó durante la plantà. La tesis sostenida repetidamente es que el armazón interior no era suficientemente fuerte y el cuerpo cedió durante su proceso de plantà, en el momento de soltarse los cables tensores durante la madrugada del 15 al 16 dce marzo.

Dos inusuales imágenes del coloso caído y reconstruido, pertenecientes al archivo de Josep Joan Coll (arriba) y a una foto a la venta en Todocolección (abajo)

El colectivo de artistas falleros reaccionó a tiempo junto con la premura que reclamó el consistorio: era la falla cuya "cremà" se ofrecía por Televisión Española y la imagen de la ciudad se resentiría si lo que se veía por la pequeña pantalla eran unos trozos de madera y cartón destrozados y apilados. Por eso, se consiguió improvisar un bastidor de colores que, esta vez sí con un armazón más sólido, se elevó a las alturas, donde se "falcó" la cabeza, que había salido ilesa de la caída porque todavía no había sido izada.

La falla reconstruida en 1971 (foto del archivo de Ivan Esbrí)

Acabado el ejercicio se tomaba la decisión de desandar el camino y que el coloso volviera a la plaza. Acompañado, en esta ocasión, por un Ave Fénix a sus pies, simbolizando ese regreso al lugar del que debió haber desaparecido el año anterior.

Aquel Coloso dio pie a una codiciada recompensa creada por la comisión: los Colosos del País Valenciano, y que se otorgaría a diferentes personalidades destacadas en los campos de la política o la cultura.

Del Coloso a "Los Colosos"

En esa primera edición, el elenco de galardonados no pudo ser más selecto para aquellos tiempos: el cardenal Vicente Enrique Tarancón; el artista e historiador Manuel González Martí; el músico Joaquín Rodrigo; el alcalde creador del "milagro de Benidorm", Pedro Zaragoza; el oftalmólogo Vicente Buigues y el financiero Ignacio Villalonga.

El coloso se reconstruyó, se subió con grúa, se ajustó bien y presidió, con su espectacular color dorado, los festejos de la plaza.

Pero para el supersticioso, lo mejor sería olvidarse de la reconstrucción de la meditadora, porque al Coloso le persiguió la desgracia hasta el final: la nueva falla presenció la mayor tragedia de la historia de la fiesta cuando, en los fuegos previos a su "cremà", (por entonces era la "Nit de Foc" y se disparaba en la propia plaza) varias carcasas se desviaron de la trayectoria y cayeron sobre el público, causando la muerte de tres personas: dos en el acto y una en los días posteriores.

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