La tragedia que supone la cancelación de las Fallas no es un fenómeno aislado. Ha golpeado por igual a todas las fiestas populares españolas, que apenas han podido pergeñar alguna fórmula imaginativa para mantener el recuerdo, aunque sea muy lejos de una mínima normalidad. Un particular "quiero y no puedo" que no satisface más que mínimamente.

Entre las fiestas que, junto con las Fallas, forman parte ineludible de los rankings de "las mejores" o "las más importantes" fiestas de España, este domingo se ha sumado a esta particular desolación la del Rocío. El Coronavirus ha dejado a los rocieros sin ninguno de sus elementos identitarios: el camino, la llegada a la aldea, el salto de la reja y la salida de la Blanca Paloma. Desde 1938 no se cancelaba la romería (Andalucía formó parte de la "Zona Nacional" bastante pronto y pudo reanudar su calendario festivo antes que València, que tuvo que esperar a 1940).

Este domingo, la imagen ha podido ser visitada, con todas las medidas de seguridad al uso, en Almonte, mientras que en la aldea, situada a menos de 20 kilómetros, y en medio de la soledad, tan diferente de los miles de personas que la habrían tomado en condiciones normales, apenas se podía exhibir una imagen y el nombre de las hermandades por orden de antiguedad.

No ha habido presentación de hermandades ante las puertas del Santuario, ni Misa de Romeros en el Real de la aldea, pero sí celebración; a lo largo de los últimos nueve días se ha celebrado la Novena Extraordinaria. Es decir, tal como ha sucedido con la Virgen de los Desamparados, tan sólo los oficios religiosos. Y eventos virtuales basado sen la música.

La hermandad del Rocío de València, obviamente, se ha quedado en casa. Durante la mañana del domingo, el simpecado ha permanecido a exposición pública en la Iglesia de los Ángeles, convenientemente decorado floralmente.