La ansiedad por salir a la calle a celebrar o, por lo menos, a expresarse con arte efímero, no tiene límite. Tanto, que ya se ha plantado una primera falla, dedicada a la pandemia. No se trata de una "falla virtual", sino una obra en toda regla. O, por lo menos, una versión de la misma. Mucho más pequeña de lo que suele ser habitual en ese lugar, pero suficiente para recordar lo que tiene que venir. Se ha plantado pero no se quemará. No por falta de ganas, sino porque no se quiere hacer un efecto llamada.

Para entenderlo hay que trasladarse a La Encina, una pedanía de Villena. Cruce de caminos ferroviarios, allí celebran al patrón, San Juan, el fin de semana posterior a su fecha (para así no coincidir tampoco con las Hogueras de Alicante). Las fiestas incluyen una falla. Y aunque nunca han estado adscritas a la delegación de juntas locales de la JCF, no es una adquisición moderna: La Encina planta fallas desde hace décadas en un callejón cercano a la playa de vías. En esa particular mezcla que tiene la población (Villena y La Font de la Figuera se dan la mano en los orígenes de los residentes, junto con ferroviarios asentados y llegados generaciones atrás desde cualquier otro lugar), el monumento se le llama Falla y las reinas visten el traje de novia alicantina. Exáctamente igual que en Elda. Las fallas suelen combinar la crítica política general con los problemas de la pedanía y, según avanza el aprendizaje de los equipos de elaboradores, han llegado a tener un volúmen más que notable. Gran cantidad de gente acude desde Villena, Caudete y otras poblaciones cercanas a verla quemar la noche del domingo posterior a San Juan.

"Es un guiño a la fiesta. No se quema, sino que se guardará. Sería convocar a muchas personas y no podemos hacerlo" aseguran en la comisión de fiestas. De la misma manera que ayer hubo también un "guiño" a la despertà. Las fiestas patronales se cancelaron hace un par de meses, sigiendo la norma de todo el calendario. La nueva normalidad ha permitido algunas pequeñas concesiones: la falla, la mencionadas "despertà" (en la práctica, cuatro personas separadas entre sí), calles adornadas, repique de campanas, disparo de salvas pirotécnicas y la misa, con la reducción de aforo propia de los oficios religiosos. Pero sin concentraciones humanas. La Encina multiplica exponencialmente su población cuando llegan las fiestas. Ahora, sólo están los vecinos habituales y los que ya han llegado para pasar el verano. Pero sin procesiones, carrera popular, gachamigas, desfiles de disfraces o los aperitivos en la plaza, que la convierten, antes de la "mascletà" (disparada en ocasiones anteriores por Dragón, antes de estrenarse en la plaza del Ayuntamiento de València), en un verdadero hervidero humano.

Y, al final, hay falla. Al alba ha aparecido un monumento, un armazón de madera sobre una base. En la cara frontal, "Cerrado por Covid-19. Volveremos". En los laterales, un cartelón recordando que hay que seguir protegiéndose, otro con el dibujo del virus que recuerda que sigue presente y otro con manos estampadas como huella. De momento, se salva del fuego.