Como personaje de la sociedad, Juan Carlos I podría haber sido objeto de críticas desde el primer minuto, pero no fue así. «Se sabían muchas cosas, pero nadie se atrevía a decirlas» es una de las frases más extendidas en el ámbito social y periodístico, a buenas horas, en los últimos tiempos. En la fiesta fallera, que con la llegada de la democracia e incluso ya en el tardofranquismo empezaba a contar cosas políticamente incorrectas, mantuvo una actitud de silencio absoluto con la monarquía durante más de la mitad de su reinado. Ni tampoco en forma apologética, que habría sido otra forma.

La historia del monarca con las Fallas está basada en dos aspectos fundamentales: su representación en los monumentos y su relación con la sociedad fallera. Y por ambos motivos, la historia recuerda situaciones ciertamente peculiares.

Seguramente, la más llamativa es un episodio que refleja esa prolongadísima venia de la que ha gozado la monarquía en la sociedad durante el largo periodo en el que tuvo una imagen impecable.

"Pecamos de prudentes..."

Retrocedamos a 1990. Que ya han pasado casi quince años desde la llegada a trono. Ese año, Na Jordana proyecta incluir a la familia real en una escena. «Seguramente pecamos de prudentes y decidimos pedir permiso. Ir con la verdad por delante» recuerda ahora el presidente Pere Borrego. Pero eran tiempos todavía de pies de plomo y la comisión, aunque ya por entonces hablaba un idioma fallero mucho más avanzado que la media, puso la idea en conocimiento del entonces Delegado de Gobierno Enrique Burriel. La falla hacía referencia a la entrada de España en Europa. Y en la misiva relatan que «existe una escena que con toda dignidad, pretendemos desarrollar, amen de con todo el respeto que nos merecen los personajes que la compondrán. Para inaugurar el citado puente de acceso al continente» que era el cuerpo central de la falla «forma la escena un gran helicóptero del que desciende toda la familia real, compuesta por SS.MM los Reyes de España, así como por el príncipe y las infantas».

El salvavidas, el caballo, la tijera...

La comisión intentó en todo momento demostrar el buenismo de la escena. «Nuestro deseo es tratar con el máximo respeto tan singular escena, de la que estamos dispuestos a facilitar periódicamente información de su realización y desarrollo por si la Casa Real desea verificarla». E incluso, por si se consideraba que la quema de los monarcas pudiera tener connotaciones subversivas, se sugería «llevar a cabo el día 19 de marzo el indulto del fuego de tan dignos personajes», bien para que formaran parte del Museo Fallero o para «remitirlos posteriormente a Madrid».

La escena era socarrona, pero de humor blanco. Juan Carlos aparecía en bermudas, con el jersei anudado a los hombros y unas tijeras en la mano. La reina, también con atuendo «casual» y las tijeras en el cinturón, ambos saludando. Detrás, la infanta Cristina con chaleco salvavidas y un remo en la mano ?en alusión a su querencia por los deportes náuticos? y la infanta Elena, vestida de amazona montando un caballito de juguete. Mientras, el entonces príncipe Felipe se asomaba por la capota del helicóptero. A su alrededor, y escondidos en el autogiro y tanto debajo de la alfombra como junto al atril, miembros de la seguridad, con sus gafas ahumadas, y «paparazzis».

La amenaza iraní

Hay que ponerse en la piel de la sociedad y de la fiesta de hace treinta años. Aquello era una audacia increíble. Incluir al rey en una escena fallera era algo impensable, y más en una falla grande y mediática. Posiblemente, no ir con la verdad por delante podría haber sido hasta contraproducente para una comisión que ya sabía lo que era tener conflictos por reproducir personajes de alta sensibilidad.

Diez años antes, en la falla de 1980, incluyeron un tiovivo en el que el sha de Irán, Reza Pahlevi contemplaba con angustia cómo le perseguía el ayatolá Jomeini. Presiones y amenazas recibidas obligaron a la comisión a tapar con un capuchón el rostro del líder religioso. Por contra, mucho antes de esa fecha, la clase política ya era retratada sin ningún tipo de recato y las figuras de Adolfo Suárez, Felipe González o Jordi Pujol, por ejemplo, eran más que recurrentes.

"No le agradaría verse"

Pero no iba a suceder así en esta ocasión. La consecuencia de descubrir las intenciones fue una lacónica carta de la Casa Real en la que Sabino Fernández Campo era tan amable como inflexible. Dirigida curiosamente al artista, Agustín Villanueva, contestaba que «Su Majestad, que valora profundamente la categoría artística de su extensa obra, me encarga agradecerle muy sinceramente la atención que ha tenido al informarle de sus pretensiones y le haga saber que, aunque lo lamenta mucho, a la Familia Real no le agradaría verse reflejada en la obra que indica». Ni siquiera el garantizar el indulto les salvó. No era una prohibición, pero a buen entendedor no hacía falta más.

Ahí acabó esta primera intentona seria de convertir a los reyes en ninots de falla. Tendrían que pasar varios años, prácticamente toda la década de los noventa, para que el monarca empezara a aparecer, al menos de forma notoria, en los monumentos falleros.