«Un día entraron en el casal unas personas que se identificaron como seguridad de la Casa Real preguntando por mi. El entonces Príncipe había venido a pasar la noche de Fallas y no sabía donde era Cánovas. Me subí en su coche, le guié y luego me volví al casal andando». Hubo un tiempo en el que la falla Cádiz-Literato Azorín tenía hilo directo con la monarquía. Lo fue a través de su entonces presidente, Juanjo Terranegra, quien había promovido otro de los episodios que marcan la relación entre el rey emérito y la fiesta fallera. Tanto, que esta comisión de Russafa es la única que dispone de la condición de «Real Falla» y es la única que ha sido recibida oficialmente en el palacio de la Zarzuela. Un honor que ya habían y han intentado otras comisiones de campanillas y que, sin embargo, fue a recaer en una humilde falla de Russafa.

No fue una casualidad o quizá sí. La teoría de los Seis Grados de Separación dice que una persona puede conectarse con cualquier otra del mundo con apenas cinco intermediarios. Y esto se aplica a las grandes personalidades. Puedes conectarte con un presidente o un rey mediante esa cadena de contactos. A Terranegra y, por extensión, a la comisión, sólo le hizo falta uno para escribir una historia insólita. «En los años ochenta, en la comisión teníamos como falleros de honor a todos los altos cargos del ejército. Empezamos con el jefe de Marina y fueron entrando todos los demás». Aquellas cenas estaban llenas de uniformes. Y uno de ellas era Juan Bautista Sánchez Bilbao, por entonces máxima autoridad militar, lo que entonces se llamaba «capitán general». En una de esas reuniones casaleras salió a la conversación el rey Juan Carlos. Y, como quien no dice la cosa, «le dije que me haría mucha ilusión conocerlo. Que si algún día venía por València, que a ver si podía colarme». Estamos en el año 1987. Eran, sin duda, otros tiempos. Cuando los alcaldes y los futbolistas aparecían en las Páginas Amarillas. «Me dijo que gestionaría si podía acudir a una audiencia en Zarzuela». ¿Audiencia? Eso eran palabras menores: «al cabo de un tiempo recibí una llamada diciendo que la Casa Real nos invitaba a mi mujer y a mi a almorzar. ¿Verdad que suena raro ahora?». Y entonces se le encendió la bombilla: «entonces pregunté: "oigan, ¿y hay posibilidad de que vayan los falleros de la comisión, vestidos? ¿Y hay posibilidad de nombrarle presidente de honor?"».

Diez años de relación

Lo que parecía una milagrosa recepción a dos ciudadanos normales acabó convirtiéndose en la primera audiencia a una comisión de falla. Allá que se fue una veintena de ellos, con sus trajes negros y sus manteletas ahora demodé. «Le entregamos la insignia de oro de la comisión y el nombramiento como Presidente de Honor Perpetuo. ¿Cuanto tiempo estuvimos? Toda la mañana. Habló con todos, firmó bandas...». Y si, efectivamente, eran otros tiempos: «me dijo que le llamara de vez en cuando para que le contara cosas de las Fallas y de cómo iban las cosas por València. ¿Dicho por decir? Para nada: durante más de diez años tuvimos relación». Tanto, como para preguntar por él cuando el joven príncipe se venía de farra fallera.

Ya puestos, se pidió para la comisión la condición de Real Falla y nos la dio sin problemas. Y no de palabra. Con certificación oficial. Desde entones, la comisión añadió a su escudo la corona real, tal como tienen diferentes entidades culturales o clubes deportivos. Desde entonces, en el imaginario fallero son «La Real» o «La Real Falla». Lo más llamativo del caso es, precisamente, que lo logrará una falla pequeña, humilde. «Ahora se puede ver como un milagro pero en aquel momento, para la comisión, fue un sueño».