En un tiempo en el que constituirse una nueva comisión es un hecho cada vez menos frecuente, perder a uno de aquellos que fueron fundadores supone perder un pedazo de la pequeña gran historia de cada una de las células que componen la fiesta. La vida, que no la obra. Y pesar con mayúsculas ha generado su pérdida, lo que demuestra nuevamente que se puede hacer mucho por las Fallas sin necesidad de tener o buscar un protagonismo extremo.

Luis Soler Navarro, junto con su pareja, Fina, formaba parte de la media docena de personas que, en plena Transición, dio vida a la entonces plaza de Eduardo Marquina. Una extraña pastilla de la trama urbana, al otro lado de la avenida del Cid, que pertenece en parte a València y en parte a Mislata, sector al que, en la actualidad, está adscrita. Uno de esos caprichos de la geografía urbana, al lado mismo de la antigua redacción de Levante-EMV.

Presidió la comisión durante casi una veintena de ejercicios, de forma interminente. Igual en los ejercicios del dos al cinco (1979-1982) que en esta segunda década del siglo XXI. La úlltima, en 2019. Siempre dispuesto a llevar las riendas de los "marquinos".

No es de extrañar que la solidaridad se haya multiplicado: falleros de la comisión, falleras mayores que fueron acompañadas por él, comisiones vecinas y tanto el ayuntamiento como el alcalde de Mislata, Carlos Fernández Bielsa, quien destacaba también su papel en la lucha sindical.

A pesar de su labor, no era una persona estridente en las altas esferas de la fiesta. No buscó grandes cargos ni fue un ponente persistente, de hablar por hablar. Le bastó con ver crecer el sueño que inició a finales de los setenta y que es, ahora rebautizada como Pere María Orts, una comisión que pasea su historia y su dignidad no por la ciudad, sino por las dos ciudades.