Manolo, Ana, Alfonso, Julia, Javi, Paquito, Miguel, Conchin, J J, Mari, Lola, Oscar, Maite, Loli, María José, Migue, Natalia, Pedro, Laura, Félix, Fina, José Miguel, Manu, Ainara, Pedrito, Jimena, Alba, Helena, Víctor, Carlos, Blai, Julia, Sofía y Gabriel. Con sus nombres de pila. Es el particular grito de guerra de la falla Pintor Domingo-Guillem de Castro, sus falleros. Es la falla más pequeña de la ciudad. O una de las que más, según fluctúe el censo. Es la forma de mostrar la resistencia a la amenazadora pérdida de falleros. Porque, como dice su presidente, Manuel Muela, «perder cinco porque están en Erte es perder casi el veinte por ciento». Es una de las fallas más históricas de la ciudad, pero los vaivenes de la misma y del propio barrio les ha llevado a una situación precaria. Siempre están amenazados de cierre. Pero se revuelven. «No queremos desaparecer. Y este año, seguro que no lo vamos a hacer. Queremos resistir hasta que sea totalmente imposible. El que es fallero de Pintor Domingo lo es por tradición, porque lo han sido sus padres y sus abuelos. Más diría: si te vas, es difícil que vayas a otra. Pero si vienes de fuera, eres uno más desde el primer día». Y todo se define en una palabra: falleros. «Si tuviéramos, no sé, veinte, treinta más, asegurábamos la supervivencia. Para nosotros, que vivimos exclusivamente de cuotas, perder uno o cuatro falleros es durísimo». No les ha sido fácil la vida en los últimos tiempos. «En su momento, por culpa del plan Riva, nos echaron del casal». Ahora confían en que les confirmen que, con lo que llevan pagado, el actual bajo de la calle Eixarchs les sea asignado en propiedad. Esa remodelación de calles y plazas ha dejado en el Pilar «un barrio bohemio, que no te aporta falleros aunque lo intentes. Es gente que no está arraigada y en demasiados casos nos ven más como una molestia». También han dado algunos tumbos a la hora de encontrar un sitio donde plantar. Desde hace ya una década lo hacen en una coqueta replaza trasera de los Santos Juanes. Donde incluso defienden un primer premio que les dio la última gran alegría. La siguiente sería «que las autoridades nos ayuden a las comisiones porque somos la base de todo. Y no subvencionando, sino ayudando, aligerándonos gastos que repercutan en otros sectores». Y en lo propio, que se sumen a las dos docenas y media de valientes. «Las fallas pequeñas son, ahora mismo, espacios seguros. Y por 330 euros al año damos falla con casi 150 años, banda de música, barra libre, primer premio, calle peatonal, centro de la ciudad... ¿quien da más?».